Estoy a favor de la libertad de todo el mundo. "Las raíces del cielo" (1956), Romain Gary
El sonido del látigo y los gritos ahogados de un hombre le provocaron un remolino de nervios en el estómago. La sangre inundó sus fosas nasales y el olor a hierro impregnó el aire. Le entregó la niña a Alejandro para que no presenciara más crueldad. Sintió lástima por la pequeña Tanamá, quien era obligada a presenciar esos actos de violencia como un mecanismo disciplinario, una fachada para mantenerla sometida.
—Después de que termine con este negro, va directo al cepo. Nada de comida por una semana—ordenó el capataz.
Eugenio, originario de Coripe en la sierra sur de la provincia de Sevilla, llevaba meses como capataz de la familia Dávila, habiendo huido de la justicia en España. Le complacía castigar a aquellos que se rebelaban contra sus órdenes. Llevaba semanas persiguiendo los favores de la taína llamada Petronila, pero al ser rechazado, decidió que la hija de esta, Blanquita, tenía el tamaño suficiente para satisfacer sus deseos.
Cuando fue a buscar a la taína en la barraca, se encontró con su hija y decidió hacerle daño. La niña comenzó a gritar cuando intentó tocarla, alertando así a su madre, quien se abalanzó sobre él como una fiera. Eugenio logró reducirlas a ambas de inmediato, pero el esclavo llamado José acudió en su rescate.
Eugenio acarició la punta del látigo, tenía la intención de castigarlo con cien azotes, desollándole la espalda. Alzó el brazo y lo golpeó repetidas veces con alevosía, cortando la piel hasta que la sangre formó un charco. El grito del esclavo lo motivó a continuar, y cuando lo vio orinarse encima, se alegró. Luego, miró a Petronila; ella sería la siguiente.
—Deténgase ahora mismo—ordenó Crismaylin.
Crismaylin observó con horror la carnicería en la parte trasera de su patio. El hombre llamado José permanecía en pie debido a las sogas; sabía que, al ser liberado, caería desplomado en el suelo. La piel de su espalda mostraba cortes profundos. Dudaba que pudiera sobrevivir.
—Maldito animal. ¿Cómo se atreve? —gritó la viajera enfadada.
El capataz y los otros esclavos, temerosos al verdugo, observaron a Crismaylin mientras se acercaba con pasos decididos y firmes.
—Este esclavo me faltó el respeto al atacarme, por eso lo estoy castigando—explicó el capataz.
La viajera veía todo rojo, pero no por la sangre derramada en el suelo.
—¡Suéltenlo! —ordenó Cris con firmeza. La viajera apretó los dientes con fuerza. Odiaba estar en esa situación, miró a uno de los esclavos que le faltaba un ojo.
— Vaya por Gonzalo el boticario, ese hombre necesita un médico—demandó ella con urgencia—. Una de ustedes, lleve a Petronila a la barraca.
Aunque parecía imposible de creer, la expresión de Cris se endureció aún más.
—Deseo que grabe esto en su cabeza, esa actitud no la permitiré. Maldito abusador, ¿me oye? No lo acepto. De hecho, a partir de hoy, lo prohíbo—decretó Crismaylin.
Eugenio hizo una mueca de disgusto.
—Mi señora, solo de esta forma estos animales aprenden—objetó Eugenio.
Crismaylin lo fulminó con la mirada, como si fuera un insecto. Inhaló, conteniendo su ira.
—La única bestia que veo aquí es usted. No tiene idea de las ganas que tengo de que reciba el mismo trato, pero si lo hago, me estaría reduciendo a su nivel—contraatacó la viajera.
—Perdóneme, señora, pero no me gusta que me contradiga delante de los esclavos. Además, esto es cosa del patrón, no de la señora—replicó Eugenio disgustado.
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Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taíno
Historical FictionHace veinte años, Crismaylin, una vez estudiante de arqueología y viajera en el tiempo, fue obligada a regresar a su época y los fantasmas del pasado aún la persiguen. No obstante, cuando se entera de que un integrante de la Sociedad de los Reescrib...