Inimaginable

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El Alcázar de Colón fue el primer palacio fortificado construido en la época colonial, cerca de los farallones que miran hacia el río Ozama. La viajera no imaginó que este pasillo contara con un túnel que se entrecruza con la casa de los Garay, ideal para urdir conspiraciones y asesinatos. Cruzó uno de los patios de estilo gótico e ingresó por una puerta oculta detrás del escudo familiar de Francisco de Garay. Nada de esto fue documentado ni descubierto hasta la fecha, así que había muchas cosas del pasado aún por conocer. María de Toledo los llevó hasta una puerta protegida por dos guardias.

—No se preocupen, estos soldados son de mi entera confianza—expresó María.

—¿Está segura? —curioseó Alejandro—. Aquí no se puede confiar en nadie.

—Lo estoy—dijo ella con confianza—. ¿Podría explicarme el motivo de su huida? No me refiero a usted, señor Ruberto, sé que se esconde de la ley, sino al suyo, Amelia.

—Algo sobrenatural quiere devorarme—respondió la viajera.

María de Toledo sonrió como si no le creyera y ordenó que los dejaran pasar frente a una pequeña puerta. El lugar era sofocante y oscuro, iluminado por la suave luz de las velas. En la habitación, un hombre de escasa estatura los cuidaba, al verdadero Diego Colón y Francisco Dávila.

—Solo le he dado un poco de agua —explicó el médico sin voltearse siquiera—. Sus heridas tardarán mucho en cicatrizar y sanar. El maltrato fue brutal.

La viajera cerró los ojos y trató de respirar, pero la náusea le subió por la garganta. Ambos se veían muy malheridos, con el cuerpo lleno de moretones, heridas infectadas y llagas que segregaban pus amarillo.

—Haga todo lo que esté a su alcance—expresó María, tratando de mantener los nervios controlados.

—Bueno, por lo menos han respondido bien a las infusiones que les hemos dado —dijo el médico con calma—. Son hombres fuertes; creo que, si soportaron la tortura, podrán con mis métodos de curación.

María trató de sonreír, pero Crismaylin pudo ver los estragos que había causado el nerviosismo en su rostro.

—¿Qué tratamientos usa? —indagó Cris.

A la viajera le daba curiosidad saber qué tipo de procedimientos se empleaban en la época. El médico no habló nada hasta que María le aclaró que ellos eran de confianza y que podía explicar sus métodos sin problemas.

—Les aplico todas las mañanas una cataplasma de té de caléndula y compresas de manzanilla—expuso el médico.

La viajera asintió. La manzanilla era una buena opción para cicatrizar las heridas naturales, ya que además de tener acción antiinflamatoria, también tenía sustancias antialérgicas y calmantes. Y la caléndula reduce la inflamación de la piel causada por heridas crónicas, quemaduras o úlceras.

—Le recomiendo que haga una pasta preparada con milenrama—agregó Alejandro, para sorpresa de Cris, quien lo observó escéptica—. No me mires así, creas o no, fui un buen behique; esa planta estaba aquí antes de la llegada, no sé cómo, pero los taínos ya la conocían. Esa planta es rica en flavonoides y ácido salicílico, que mejoran la circulación sanguínea y la regeneración de la piel.

—No se recomienda la medicación utilizada por esos salvajes, no las considero fiables—manifestó el médico, secándose el sudor de la frente—. Después de limpiarles las heridas con vino, les aplicaré un ungüento hecho con mercurio, zumo de limón, mantequilla de cerdo, ceniza y aceite.

—¿Qué hará qué? —preguntó la viajera con confusión.

—Es lo mejor para acelerar su recuperación—replicó el médico.

Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taínoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora