Crescencio

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—¿Hasta cuándo piensas retenerme aquí? —preguntó la viajera con frialdad—. ¿No te bastó con encadenarme?

Los sucesos de tres semanas atrás aún la mantenían tensa. Todo ocurrió tan rápido que le costaba procesarlo. Logró intercambiar su libertad por la de Turey. Crescencio los liberó, primero ejecutando con razón al impostor que se hacía pasar por Diego Colón y después a Gabriel, para limpiar su honor. Todo eso pasó porque Alejandro fue a su casa para verificar su seguridad y encontró a su esposo enfurecido, salieron en su búsqueda y por los comentarios de unos capataces que vagaban por la calle, terminaron en la fortaleza.

Su esposo utilizó la carta del impostor para liberar a Turey de las acusaciones. Junto con Alejandro, trasladaron los cuerpos por el alcantarillado y los arrojaron al mar. Para cuando el mar los devolviera, estarían tan descompuestos que tendrían tiempo de idear un plan más complejo antes de que los rumores se esparcieran por la colonia.

Al regresar a casa, Crescencio la confinó en una habitación previamente preparada. Aseguró la ventana desde fuera, dejando solo una pequeña abertura para ventilación y prohibió a los criados hablarle si le traían comida. En verdad, Cris no entendía el comportamiento de su marido. Aunque podía imaginar el impacto de ser hallada semi desnuda en brazos de Gabriel, pero no lograba asimilar su drástico cambio de actitud, era como si se tratase de un desconocido. No obstante, sabía que no lo era.

—No saldrás de ahí —le advirtió Crescencio con frialdad— hasta que yo lo considere oportuno.

—¡No te comprendo, Crescencio! ¿Por qué haces esto? —exclamó la viajera, y para su horror, el miedo tiñó su voz, provocando la risa de su marido.

—¿Aún tienes el descaro de preguntarme, descarada? —replicó él, airado.

—¿Crees que fui con Gabriel por voluntad propia? ¡Soy una víctima de ese monstruo, por Dios! —Cris se defendió con vehemencia.

—Gabriel no irrumpió en tus aposentos, fuiste tú quien se ofreció, como si fueras una cualquiera. ¿Piensas que no hablé con sus hombres? Todo eso para salvar a ese salvaje, confirmando que era tu amante —acusó Crescencio, furioso—. Tu error fue subestimarme y creer que nunca descubriría tus infidelidades.

La viajera levantó la vista hacia Crescencio y, aunque trató de ocultarlo, él notó un atisbo de preocupación en su rostro. Cris humedeció sus labios resecos.

—Lo que dijo Gabriel en la audiencia...

—No me refiero a eso, Amelia, o ¿prefieres que te llame Crismaylin? —dijo Crescencio con sarcasmo.

—¿Qué has dicho? ¿Cómo? Quiero decir... —empezó a tartamudear, nerviosa.

Cris cerró los ojos y se mordió el labio, consciente por experiencia que negar lo evidente no solucionaba nada. Supuso que María le habría revelado la verdad, pues dudaba que hubiese sido Alejandro. Respiró profundamente. Crescencio, sin mostrar placer, sonrió y se sentó en una silla cerca de la puerta.

—Para alguien que se supone ser una viajera, eres bastante ingenua. —La voz de Crescencio se tiñó de ironía—. Siempre supe quién eras, mucho antes de que llegaras.

La viajera reprimió un grito de sorpresa y horror.

—Soy el hijo ilegítimo de Hernando Dávila y María Sánchez, una lavandera de su casa —explicó mientras se acomodaba, su expresión se tornó sombría—. Mi padre se encargó del futuro de todos sus hijos, excepto del mío. Usó sus conexiones para enviar a Francisco a la nueva colonia y a mí me relegó a ser su sirviente. Aún recuerdo sus últimas palabras: "Tu deber es proteger y hacer brillar a tu hermano Francisco; recuerda bien cuál es tu lugar". Pensé que, lejos de la influencia de nuestro padre, mi hermano y yo podríamos unirnos como familia —confesó con amargura—. Qué iluso fui.

Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taínoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora