Volveré con la victoria

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Crismaylin se despertó sobresaltada por unos ruidos, percibiendo pasos y una breve discusión antes de que la puerta se abriera. María de Toledo, con una expresión furiosa, la miró fijamente y se acercó decididamente a la cama, mientras la viajera carraspeaba incómoda.

—Buenos días, señora de Colón. ¿Qué la trae tan temprano a mis aposentos? —saludó Crismaylin con un tono cauteloso.

María exhaló bruscamente y alzó la barbilla en un gesto de incomodidad.

—¿Cómo se atreve, desvergonzada, a mirarme después de todo lo que hizo? —exclamó María, con un temblor evidente en su cuerpo—. Profanó la casa de Dios, arrastrando a un buen hombre en sus actos lujuriosos. ¿No le importa la salvación de su alma? ¿Qué me dice de su esposo?

La viajera torció los labios en una sonrisa cínica.

—Dejemos la hipocresía a un lado. Mi salvación le vale un pepino. Es más, le aseguro que desea verme arder en el infierno.

—Eso se lo buscó usted sola, no yo —exclamó María en voz baja—. No puedo cerrar los ojos sin recordar esa escena de usted comportándose como una cualquiera.

La viajera se rascó la nuca, sintiendo el peso del enojo en los ojos de María, y se acomodó en la cama.

—¡No se atreva a juzgarme! Me parece apropiado que aclaremos algunos puntos. Primero, no me vengas con tus tonterías religiosas. Mi relación y posterior castigo divino son asuntos en los que no tienes derecho a opinar. En segundo lugar, lo vio porque quiso. Podría haberse alejado, y si no lo hizo fue, posiblemente, por la curiosidad que le causó. Sé que siente algo por Turey. Si no recuerdo mal, hace unos días mandó al carajo sus votos matrimoniales cuando estuvimos en las alcantarillas, o ¿se le olvidó?

María se quedó sin palabras y se abrazó a sí misma.

—¿Cómo se atreve a hablarme así? —le recriminó María, moderando nuevamente su tono de voz—. Su comportamiento es inmoral y no pienso participar en ello.

—Ah, ¿me amenaza? —preguntó Crismaylin, arqueando una ceja.

—Tómelo como quiera —respondió María.

—Bueno, si es así. Le invito a que me exponga ante mi esposo y la iglesia, pero también lo haré yo —informó Crismaylin, lanzándole una mirada interrogante—. Confirmaré la sospecha de muchos sobre sus visitas nocturnas. Y dado que se la considera muy mujer de principios, dudo que se niegue cuando diga que besó a un hombre que no era su esposo.

María se quedó inmóvil al escuchar esas palabras y apoyó la espalda en la pared para poder mirarla a los ojos.

—No sería capaz —susurró con angustia.

Cris dejó escapar un sonido parecido a un suspiro.

—Si me atreví a darle una mamada al hombre que amo en plena misa, de que no sería capaz.

María observó a Crismaylin con el rostro contrariado y la respiración agitada. Sus sospechas sobre ella se intensificaron al admitir que amaba a Turey. Recordó una vez que Turey le mencionó que su mujer era capaz de viajar en el tiempo. En un principio, no creyó en esas palabras, pero después de los sucesos en los que se vio envuelta, estaba dispuesta a creer cualquier cosa.

Su padre, García Álvarez de Toledo, halconero mayor del rey y señor de Villorías, hijo menor del duque de Alba de Tormes, la casó con Diego a pesar de los rumores y escándalos que lo perseguían. Primero estuvo casado con Isabel de Gamboa, con quien al parecer tuvo un hijo. Luego de una unión no formalizada con una de las hijas del duque de Medina Sidonia, finalmente se estableció con su familia. Al partir, dejaron atrás una disputa con Isabel de Gamboa que requería la anulación de su matrimonio.

Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taínoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora