Calle Las Damas

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Pasó una semana, Crismaylin no se fue y Turey no la buscó. La única noticia que llegó a los oídos de la viajera fue María Federica había fallecido. Una fiebre repentina envuelta en misticismo. Como era costumbre Crismaylin se vio envuelta en el protocolo de participar en las formalidades.

Una vez en la capilla, se llevó a cabo una misa para orar por el alma de María Federica y pedir por su descanso eterno. Incluso se llevó las miradas de reprimendas y antipáticas de los sacerdotes cuando la pillaban bostezando.

Después de la misa, se dirigieron al cementerio, el ataúd era bajado lentamente a la tumba mientras se rezaban más oraciones. Tras el entierro, se reunieron en la casa de los Campusanos para compartir comida y bebida en un banquete de duelo. La muerte de la señora María Federica sólo ensombreció por unos días los festejos en la colonia.

La viajera le envió algunos recados con Blanquita a Turey, pero nunca recibió respuesta de su parte. Por lado, Crescencio se estaba mostrando algo tosco con ella debido a su negativa a cumplirle como mujer aparte de ponerse ropa que le cubriera el cuello para ocultar el horrible hematoma en medio de un calor infernal.

Al cabo de unos días recibió una invitación por parte de María de Toledo para que se uniera a sus famosas caminatas. La viajera para la ocasión se puso un pañuelo alrededor del cuello para ocultar las marcas hechas por Gabriel, que no combinaba con ninguno de sus vestidos. Hacia un calor insoportable y ahora con eso temía de sufrir una combustión espontánea.

Por culpa de Gabriel aun cojeaba un poco. Crismaylin esperaba que las charlas de esas damas no la hicieran perder la cabeza. Se llevó a Blanquita consigo, según le había dicho Crescencio, las mujeres la esperarían en una pequeña plaza donde construirían doscientos años después el Panteón Nacional.

El corazón de Crismaylin empezó a latir deprisa cuando vio a Turey hablando con María de Toledo. No le gustó la cercanía que mantenían. Sintió sus dedos temblar, los cerró en puños para controlarse. No era propio de una mujer casada acercarse tanto a un hombre, menos a un converso. Al parecer, a ellos no les importaba ser vistos.

Alejandro siempre le había dicho que era muy impulsiva, esta vez no lo sería, se comportaría. Frunció el ceño, le molestó que a ella la evitara. María le acarició la mano y Turey se acercó un poco más para poder susurrarle algo al oído. Se vio muy íntimo.

Blanquita corrió hacia Turey que le acarició el cabello con ternura, mientras que ella trataba de envolver su cintura con sus brazos, feliz. Como espectadora, la escena entre padre e hija fue muy tierna. El dolor y la decepción se reflejó en los ojos de Turey cuando alzó la cabeza hacia ella. La viajera se armó de valor y se acercó.

—Señora de Colón, buenos días. —Crismaylin recalcó su estado civil. Ni siquiera dirigió una mirada a Turey—. Muchas gracias por invitarme a sus caminatas. ¿Cómo está su marido?

La expresión de María fue de sorpresa luego de disgusto, pero se mantuvo impasible, ignorando la pregunta como si nunca la hubiera hecho. Alzó la barbilla y, a continuación, procedió a hacer las presentaciones.

—El señor Lucas es uno de los músicos de la orquesta de Ruberto—dijo María de Toledo.

La viajera ignoró la presentación y volvió a reiterarle la pregunta. María frunció el ceño.

—Se encuentra atendiendo unos asuntos relacionados con su cargo, como el suyo— respondió María que parpadeó, un poco aturdida.

Turey se pellizcó el puente de la nariz.

—Es que contamos con hombres muy ocupados de nuestro lado, de hecho, a mi esposo le inquietan los rumores que andan circulando por ahí—comentó la viajera, arrugó los labios en una mueca de ironía—. Supongo que Diego se lo dijo.

Atrapada en el tiempo : Ecos de amor taínoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora