"La multitud le arrojó maldiciones, pero Wei WuXian las aceptó todas. La ira era lo único que podía reprimir los otros sentimientos dentro de su corazón."
— Mo Xiang Tong Xiu, El Gran Maestro de la Cultivación Demoníaca.
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No puede bajarse del auto. Lleva en el estacionamiento del lugar los últimos cinco minutos, las manos apretando fuertemente el volante y viendo hacia el frente. No tenía que ver la hora para saber que ya habían pasado unos minutos desde la una de la tarde, la hora en la que había quedado para almorzar con Agustín, pero no puede forzarse a bajar del auto, realmente no.
Las probabilidades de que Agustín no lo esté esperando son gigantescas.
Marcos, sinceramente, no es tan fuerte como para soportar otro abandono. Cualquier mentira que se haya dicho sobre este almuerzo desapareció en el momento en que apagó su auto y se dio cuenta que estaba a punto de enfrentarse a otro posible rechazo, a otro posible silencio interminable, a otra esperanza completamente destrozada.
Tiene hasta miedo de enviar un mensaje al número de Agustín. Tiene miedo de que el mensaje no llegue, haber sido bloqueado de nuevo y que alguien más le diga que Agustín está demasiado ocupado para prestarle atención.
Debería irse. Tendría que irse antes de que toda la poca estabilidad que logró reunir en los últimos años se desvanezca por completo. Tiene terror de lo que podría pasar si vuelve a perder todo lo que logró. No es suicida, no lo fue aunque sea en los últimos trece años, pero se conoce lo suficiente como para saber que, esta vez, no aguantaría tanto.
Tomando una decisión, medio lamentándose y medio felicitándose, vuelve a meter la llave en el contacto, y está por encender el motor cuando su celular, sobre el asiento del pasajero, suena una vez. Es un mensaje.
Puede ser cualquiera. Puede ser su hermana, su hermano, hasta su mamá. Pueden ser alguno de sus amigos, pueden ser sus compañeros del bufete pidiéndole ayuda en algún caso, tal vez su secretario, tal vez su jefe. Tal vez es Agustín, excusándose, pidiéndole directamente que no lo busque más, que no le escriba más, que ignore su existencia.
Su celular vuelve a sonar, segundos después, y Marcos lo toma y lo desbloquea con rapidez. Su mano está temblando mientras baja la barra de notificaciones, pero lo ignora. Tiene dos mensajes nuevos, de Agustín.
[Este mensaje ha sido eliminado.]
Hola Marcos ! Ya estoy acá en la puerta del resto :)
Tarda unos segundos en reaccionar, pero se mueve con rapidez para recuperar la llave, salir del auto, y bloquearlo mientras casi trota por el estacionamiento hacia las escaleras para llegar al restaurante.
Sigue habiendo mucha gente por todos lados, tal vez muchísima más que esa mañana, pero Marcos no le interesa eso mientras camina con rapidez, buscando un poco desesperadamente a Agustín entre la gente, y solo respirando con tranquilidad, toda la tensión de su cuerpo desapareciendo cuando lo encuentra, mirando hacia el teléfono en su mano.
Era un día frío y en el lugar donde estaban había mucho viento. Marcos tiene que detenerse a unos pasos de Agustín para apreciar la vista, absorberla por completa y guardarla en la sección de su memoria que está dedicada exclusivamente a él. Las mejillas y la punta de la nariz del otro están rosadas por el frío, el buzo le queda un poco más grande de lo que parecía esa mañana, sus rulos estaban más revueltos por el viento, y bajo la luz del día nublado se ve mucho más hermoso de lo que se veía esa mañana bajo las luces amarillas del restaurant.
Agustín guarda su celular en el bolsillo de su buzo y levanta la vista, y sus ojos, de un tono celeste pálido que inundaron años y años de sueños de Marcos, lo miran directamente. Hay un poco de sorpresa en ellos que ahogan tan rápido la emoción que había antes que Marcos no logra captarla bien, pero lo deja para después cuando las mejillas de Agustín se vuelven un poco más rosadas mientras sonríe y se mueve hacia él, acortando la distancia entre ellos hasta que están solo a dos pasos el uno del otro.
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Te esperé [Margus]
FanfictionLo último que sabe de Agustín Guardis es que es, posiblemente, uno de los tipos más odiados de la televisión argentina. Lo último que ve de Agustín Guardis son sus ojos esquivando su mirada y su cuerpo alejándose. Lo último que escucha de Agustín Gu...