... y valió la pena.

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"Al igual que antes, Wei Wuxian lo llamó por su nombre con una sonrisa, y también lo miró.

A partir de entonces, nunca más pudo apartar la vista."

— Mo Xiang Tong Xiu, El Gran Maestro de la Cultivación Demoníaca.

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Amar a Agustín siempre fue más fácil que odiarlo, en realidad.

Si Marcos es objetivo, odiar a Agustín requería una cantidad de tiempo gastado en recordar por qué debería de odiar a Agustín, en por qué Agustín merecía ser odiado por él, y tiempo y esfuerzo en actuar como si odiara a Agustín: es decir, en actuar feliz, contento con su vida, en buscar a alguien a quien amar, con quien establecerse, en hacer creer a su familia y amigos que en realidad él ya no ama a Agustín, que ya no lo extraña, que ya no lo piensa.

Odiar a Agustín es cansador, estresante y una farsa.

Amar a Agustín es angustiante y casi un dolor físico diario, y sin embargo, es lo más real en su vida.

Vivió tanto tiempo con dolor y pesar que el cambio abrupto de los acontecimientos, donde Marcos ama a Agustín y, sorprendentemente, es amado a cambio, mueve el piso bajo sus pies y lo deja tambaleando en un mundo desconocido pero hermoso. Es un mundo que desea conocer de punta a punta, y del cual no quiere irse jamás.

Se tiró de cabeza, porque obviamente que no iba a desaprovechar la oportunidad, pero en retrospectiva, él en realidad tuvo que tener más cuidado.

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Lleva tres semanas y tres días en Misiones cuando, al despertar por la mañana, siente la presencia cálida de un cuerpo a su lado, el peso de una mano sobre su pecho y la respiración calmada contra su hombro. Está sonriendo cuando abre los ojos y lo primero que ve es el rostro dormido de Agustín, y es de las mejores vistas que Marcos vio jamás.

Levanta una mano y acaricia la mejilla de Agustín, tan suavemente como puede para evitar despertarlo, y su mente empieza a divagar.

Alguna vez algún ex amigo de Marcos le preguntó si todo lo que Marcos hacía y decía, cuando nadie podía nombrar a Agustín sin hacerlo reaccionar, cuando se negaba escuchar palabras en contra de Agustín y no encontraba razones por las cuales levantarse de la cama, valía la pena. No supo responder, no sinceramente, en ese momento.

Ahora, si se lo preguntaran de nuevo, la respuesta es un rotundo sí.

Cuando piensa en la sonrisa de Agustín, cuando piensa en la forma en la que Agustín simplemente encaja entre sus brazos, cuando piensa en las manos más pequeñas de Agustín entre las suyas, en los ojos azules de Agustín, en la voz de Agustín, en la risa de Agustín, en los labios de Agustín sobre los suyos, en Agustín gimiendo, en los ojos nublados de placer mientras jadea su nombre, cuando piensa en todo sobre Agustín, siente que, si los últimos trece años alejados de Agustín eran el precio a pagar por tenerlo así, fueron un precio muy bajo a pagar.

—Decime que no estoy babeando— la voz ronca y somnolienta de Agustín lo saca de sus pensamientos, y cuando vuelve a enfocarse, Agustín lo está mirando con un ojo entreabierto. Marcos le sonríe, su mano bajando de la mejilla del otro hacia su cuello mientras gira su cuerpo sobre la cama para enfrentarlo. Agustín se mueve solo lo suficiente para no quedar aplastado, pero cuando Marcos se termina de acomodar, pasa una de las piernas por sobre su cintura, una pequeña sonrisa en su cara y sus ojos de un azul intenso, brillantes con lo que Marcos se atreve a llamar felicidad.

—No tanto como anoche digamos— responde Marcos, encantado cuando ve las mejillas de Agustín sonrojándose, aún cuando le pone los ojos en blanco. Marcos se acerca un poco más y presiona un beso en su frente—. Buen día.

—Sos un boludo— Agustín suspira, acurrucándose más contra él—. ¿Qué hora es?

Te esperé [Margus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora