2. Lindholm.

87.2K 7K 1K
                                    


Por primera vez en dos semanas no tuve un sueño erótico cuando fui a dormir, la negrura absoluta que me rodeó me dio el descanso que tanto necesitaba, pero al despertar....

Sentí su brazo musculoso descansando debajo de mi cintura, mi mentón está recostado en su pecho y mi mano descansaba debajo de otra más grande y venosa. Me paralicé sintiendo todo mi cuerpo tensarse, ¿Dónde estoy? ¿Por qué hay un hombre en mi cama? Miré con atención el cuarto a oscuras, las luces de la madrugada comenzaban a iluminar la estancia, era grande la cama ocupaba una parte importante del lugar, estaba llena de pieles de animales y... esta no es mi cama... esta no es mi casa.

¿En dónde estoy? Me tragué el grito en mi garganta. El hombre acostado a mi lado respiraba en paz, ajeno a mi presencia, era guapo, note, tenía un rostro masculino más que bonito, su pelo negro estaba un poco revuelto y tapaba su parpado derecho. Sin poderlo evitar eche un vistazo a su torso de infarto, era de cintura estrecha y espalda ancha, sus músculos estaban relajados pero muy presentes en su cuerpo, mmm ... podría lavar ropa en ese abdomen.

Logré sentarme en la cama, miré mi pijama de rayas grises y blancas y agradecí que fuera larga y me cubriera por completo, aparte mi cabello colocándolo sobre mi hombro izquierdo y arrugando la nariz comencé a levantarme. Me alejé unos cuantos pasos de la cama intentando hacerme una idea de dónde estaba.

- ¿quién eres? - escuché una voz dura al tiempo que sentía algo puntiagudo en mi espalda, ahogue un grito y levanté las manos en señal de paz.

- Aria.- respondí en automático, dudo mucho que el hombre me conozca, pero  pensándolo bien él me había traído aquí, ¿no? Debería de saber     quién soy.

- ¿quién eres, Aria? - ah, pues no.

- Yo... - tragué saliva. - estoy asustada.

- Deberías estarlo, no te invité a venir a mi cama, ¿sabes? - su tono bajo     hasta convertirse en un susurro. - no me gusta que me desobedezcan.

- Emmm - estoy trabada, ¿qué hago? ¿me volteo? - yo... no se que hago     aquí. - confesé.

Sentí como alejaba el cuchillo o lo que fuera de mi espalda baja, escuché un suspiro bajo, no me atreví a voltearme durante lo que parecieron horas pero al final decidí arriesgarme, voltee mi cabeza aun con las manos arriba solo para encontrarme a un hombre vestido con una camisa larga y amarrada a un cinturón de cuero... estaba ilegal.

- puedes bajar las manos, Aria. - me dijo serio. Hice lo que me pedía y me     quede viéndolo en un silencio incomodo, lo vi enfundar una espada     larga y brillante, abrí la boca incrédula. - ¿tienes una espada? - pregunté con una sonrisa. ¡Vaya! parece que había caminado al cuarto de un fan de la época medieval.

- El hombre de ojos azules me miró con el ceño fruncido, parecía casi...     ofendido.

- Claro que tengo una espada, niña. - me dijo. - todos tenemos una.

- ¡Claro que no! - sacudí la cabeza riendo. - eso es muy viejo.

Me miró como si estuviera loca. Vaya, de verdad que esta guapo, pensé.

- ¿de dónde saliste?  - me preguntó negando con la cabeza. No rió ni una     sola vez, estaba serio como una piedra, sus ojos me miraban con curiosidad, se acercó con pasos lentos y felinos hacia mi, me sentí tensar.

- ¿qué es eso? - tocó mi pijama con cuidado de no tocar mi piel, por algún     motivo eso me decepciono, sacudí mi cabeza interiormente, no conozco de nada a este hombre de las cavernas y ya quiero que me toque, ¡eres mejor que esto, Aria!.

-Es mi pijama. - contesté lentamente. - con ella duermo.

- Pijama. - repitió. Su acento mando escalofríos por mi columna vertebral. -     que extraño.

-¿Tú no tienes una? - pregunté sintiéndome una completa imbécil.

-No.    

Oh, vaya. Un platicador. Pensé sarcástica.

Levanté mis manos en gesto de rendición, esto es demasiado extraño para... bueno, para  cualquiera.

-De acuerdo, esto ha sido interesante. - me despedí moviéndome hacia la     puerta. - pero debo irme.

Sentí su antebrazo rodearme y detenerme, lo voltee a ver interrogante intentando ignorar el nudo en mi vientre bajo.

-No puedes irte. - su tono era un poco... ¿preocupado?

-¿Por qué?

Su rostro se contorsiono, como si estuviera pensando en lo que diría, yo espere porque no había nada mejor que sentirlo tocarme y mientras no retire su brazo de mi cintura yo no pienso ir a ningún lado.

- Es obvio que no eres de por aquí. - dijo al fin con un suspiro mientras se alejaba de mi. - si sales por esa puerta acarrearas  preguntas que no estas dispuesta a responder, además, mi gente puede ser algo... dura.

-¿Tu gente? - bufé. - estás loco, conozco a los neoyorquinos, vamos, sí     son sangrones y todo eso, pero yo también soy de la ciudad.

Me acerqué a él con una mirada de disculpas.

-Lo siento por haber aparecido en tu cama, no tengo idea de como paso,     pero te aseguro que  puedo llegar a mi departamento sola y sin problemas, muchas gracias.

-Lo único que entendí de esa frase es que no entendiste nada.

Lo miré enojada y por primera vez me sonrió, aun así, sus ojos me miraron con seriedad.

-Hablo en serio, la gente de Lingholm es dura.

-¿Lingo... que? - parpadee sorprendida. ¡Vaya! puede que este guapo pero esta loco como una cabra. Debía ser, era demasiado bueno para ser real, además, todos sabían que los más guapos eran gays o estaban locos de atar.

Suspiró mientras pasaba su mano por su cabello despeinandolo en el acto.

-Te llevare con la profetiza del pueblo, pero necesito que mientras tanto te quedes aquí.

-¿Me estas diciendo que en lugar de correrme de tu hogar, cosa que     cualquier persona en su sano juicio haría, me estás ordenando que me     quede aquí para luego poder ir a consultara una adivina sobre por qué     estoy aquí?

Me miró unos minutos en silencio, al final se acercó a mi, su altura y tamaño me abrumaron y me sentí chocar contra la puerta, tragué saliva al sentir su mano recorrer mi mejilla.

-Siento que te conozco de algo, Aria. - murmuró. - y no se por qué pero     cualquiera que haya sido la razón por la que apareciste en mi  cama... no va ser tan fácil de explicar.

-¿Soy sonámbula? - respondí mas a modo de pregunta que respuesta.

Él arrugó la frente pero no dejo de acariciarme, lo único que yo quería hacer era recargar mi mejilla contra su mano y ronronear.

-Dices que no eres de aquí, dices que no sabes por qué apareciste en mi lecho, también dices que no sabes por qué tengo una espada... - me enumeró     todos mis defectos de la mañana. ¡Vaya! este hombre de verdad que sabe cómo hacer sentir cómoda a una mujer. - Todo me lleva a la conclusión que no eres de aquí.

-¿Me estas diciendo que crees que estoy en la Edad de Piedra?

- ¿Así nos llaman? - arrugo la nariz asqueado. - esta es la época de los     vikingos, cariño, no somos tan viejos.

-  ¿Vikingos?

Miré a mi alrededor, de repente todo fue vilmente claro, sentí mi corazón latir con rapidez, de alguna forma mi corazón ya sabía lo que mi cerebro se negaba a aceptar.

Me había ido a dormir deseando despertar en un lugar lejos de mi hogar.

bueno, lo había conseguido.

Mi  vikingo y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora