Capítulo 11.

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Pasaron un par de días antes de que el doctor finalmente le diera el alta a Lalo. Cuando lo hizo, él y Sarah decidieron aprender a montar a caballo. A Sarah le dio mucha risa que el pobre chico estuviera a punto de caerse dos veces del caballo. Pero cuando por fin lo dominaron, ambos se fueron a dar una vuelta por los valles cercanos al atardecer. El paisaje era simplemente hermoso: prados verdes, el Sol metiéndose entre las colinas, el pueblo a la distancia. Todo era muy pacífico y alegre, nada podía arruinarlo.

-¿Cómo quieres llamar al caballo, Sarah?

-¿Qué te parece... Tornado?

-¿Tornado? Me gusta. Suena rudo, intimidante. Sí, tienes buen gusto para los nombres, pequeña.

Ambos sonrieron mientras paseaban de regreso al pueblo.

-¿Qué haremos ahora?

-Ya no nos podemos quedar, Sarah. Mañana empacaremos nuestras cosas y nos iremos de aquí. Iremos a Pensilvania. Ya pronto podrás estar con tu padre, lo prometo.

-¿Y tú, qué harás cuando esto termine?

-No lo sé, ¿qué te gustaría que hiciera? ¿Quieres que me quede?

Sarah lo miró esperanzada.

-Si te digo que te quedes, ¿lo harás?

-Desde luego, pequeña.

-Entonces quédate. Quédate conmigo y con papá. No te vayas.

-Nunca.

Lalo la abrazó mientras llegaban al pueblo.

Al día siguiente, se levantaron temprano y se fueron a despedir de todos. Habían formado tan buenas amistades en tan poco tiempo, que costaba trabajo irse de ahí. Pero Lalo había hecho una promesa, y la iba a cumplir a como diera lugar.

-¿Están seguros de que no quieren que los acompañe?

-¿Con la mujercita enojona que te cargas? No gracias, Eddie. Me perseguiría por todo el mundo si algo te pasa por mi culpa.

Eddie se rió. Fue el último en despedirse de ellos mientras salían del pueblo.

-Eh, ¿chicos?

-¿Sí, Eddie?

-Quiero que sepan que, si alguna vez lo necesitan, siempre tendrán un lugar aquí en Alliance.

-Gracias Eddie.

-En fin, que tengan suerte. 

-Gracias, la necesitaremos.

El viaje durante las siguientes dos semanas fue tranquilo. Estaban en principios del verano pero el calor no les resultaba agobiante, al contrario. La primera ciudad en la que hicieron una parada fue Pittsburgh; por insistencia de la rubia, claro.

-¡Guau! ¡Mira todas estas plantas!

Estaban en los jardines botánicos de la ciudad. Aunque Lalo nunca había sido fanático de la naturaleza, ver la sonrisa de Sarah hacía que valiera la pena estar ahí metido aburriéndose viendo aquellas plantas; aunque honestamente, la fascinación de la niña era contagiosa.

-¡Mira, ahí hay una cámara! ¡Tómame una foto!

-Como digas.

Sí, se pusieron a sacarse fotos en medio del jodido apocalipsis. Pero Lalo pensó que así era mejor. Quería que Sarah se sintiera lo más normal posible, ya que eso la hacía feliz.

Al salir, Lalo tuvo una gran idea.

-Sarah, ven aquí.

La llevó hasta un edificio abandonado: el Museo de Arte Carnegie. A Sarah le encantó ver tantas pinturas y exposiciones.

No te abandonaré.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora