Prólogo

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Si no habéis captado su atención desde el primer momento, ¿cómo vais a conservarla?

Prólogo íntegro de «Los consejos de Sir Zhang Xi»

Publicados en 1802.

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Como él había imaginado y esperado, el vestíbulo estaba a rebosar de personas ataviadas en sus mejores galas, que revoloteaban como aves luciendo su más brillante plumaje. Xiao Yibo permitió que su marido le retirara con delicadeza la capa de terciopelo de los hombros, y siguió dándole la espalda a propósito mientras sonreía y saludaba a diversos conocidos entre el gentío. Él entregó la prenda al encargado del guardarropa y se puso a charlar con lord Wei, un viejo amigo, mientras él esperaba estratégicamente sin darse la vuelta.

Ese era el primer paso de un plan que, desde luego, esperaba que funcionase, porque se sentía muy expuesto.

Muy, muy expuesto.

Zhan terminó de hablar, lo cogió del brazo y, por suerte, dirigió la mirada a la multitud, buscando un resquicio para abrirse camino hasta su palco privado.

—Por aquí, querido. Me parece que podremos colarnos por donde está el conde de Nanjing.

—No conozco a la joven que le acompaña —murmuró él, fijándose en el llamativo cabello y la exuberante figura de la jovencita—. Dios santo, si tiene edad para ser su padre.

—Me parece que es su amante —dijo su marido con frialdad mientras avanzaba entre la muchedumbre—. Estoy convencido de que la ha traído a la ópera sólo para molestar a su esposa. La discreción nunca ha sido el punto fuerte de Ayanga.

A Yibo no le pasó inadvertido el tono de censura en la voz de su marido, pero al menos no iba dirigido contra él. Es decir, todavía no. En los tres meses que llevaban casados había aprendido que Xiao Zhan, quinto duque de Chongqing, estaba en contra de exhibir en público la vida privada de cada uno.

Si tuviera un amante, seguro que no saldría con él, ni alardearía de su aventura ante toda la buena sociedad.

Tampoco perjudicaría a su esposo, ni lo humillaría a sabiendas. Yibo solo rogaba que él no tuviese un amante, y deseaba también que nunca sintiera la necesidad de tenerlo. Él lo cogió del brazo con ligereza y lo condujo por la escalera alfombrada que subía hasta un elegante palco con vistas al centro del escenario. La gente se volvía al verlos pasar, otros amigos les saludaban, y Yibo se dio cuenta que más de un caballero se entretenía en observarlo y que diversas personas arqueaban las cejas.

Bien. Al fin y al cabo, deseaba impresionar, y esas prolongadas miradas masculinas indicaban que, sin duda, lo había conseguido.

Notó el momento en el que Zhan se percató del atuendo. Estaba en mitad de la escalera y él titubeó y tensó los dedos. Se quedó inmóvil con un pie en el siguiente escalón y los ojos fijos en su traje entallado.

—Dios bendito, ¿qué llevas puesto?

—¿Te parece apropiado pararte en la escalera y mirarme la parte trasera con tanta atención? —Le preguntó con una tranquilidad que de hecho no sentía, mientras subía el siguiente peldaño con decisión.— Es la última creación de madame Liu, y sí, puede que el ceñido sea excesivo, pero estoy convencido de que tengo la figura adecuada para llevarlo.

Su marido se quedó quieto un momento, sin apartar los ojos centelleantes de la curva que hacía el traje justo en sus muslos, no dejando nada a la imaginación.

—Es cierto que puedes lucirlo, pero tal vez deberías haberte preguntado si debes. O mejor aún, habérmelo preguntado a mí —masculló en voz baja.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora