XXII. El arte de la discusión

226 52 34
                                    

Los malentendidos son inevitables. Cuando menos lo esperen, saldrán a la luz y los confundirá a ambos. La forma como se enfrenten a la aparición de cada uno de ellos les dará la medida de su afecto mutuo.

Del capítulo titulado «El arte de la discusión»

✿ -------------------- ✿ ----------------------- ✿


Ahí estaba él otra vez. Parecía increíble, pero lo estaban siguiendo.

En efecto, la silueta merodeaba por el umbral de la tienda de tabaco, al otro lado de la calle. Yibo, muy irritado y molesto, entornó los ojos y se preguntó si debía informar a las autoridades. Al fin y al cabo, su marido era un hombre rico, y debía estar alerta por si alguien quería secuestrarlo.

Era el tercer día consecutivo que le veía, y cada vez estaba más convencido de que ese extraño hombrecito con una gorra de cuadros marrón lo estaba siguiendo. La primera vez que le vio fue cuando olvidó el monedero en el carruaje; volvió a salir corriendo y debido a las prisas, a punto estuvo de tropezar con él. En aquel momento no le dio importancia, pero al día siguiente había vuelto a verle.

Y allí estaba de nuevo al otro día, aunque iba vestido de otra forma. Cuando Yibo le localizó por tercera vez, su curiosidad se convirtió en alarma.

Volvió a entrar en la tienda y le preguntó a la esposa del sombrerero, una mujer corpulenta que trabajaba en la parte delantera del establecimiento, si había una salida por atrás que pudiera utilizar. La tendera se mostró sorprendida, pero le mostró la puerta trasera, aceptando unas monedas a cambio de enviar a un dependiente a la calle, al cabo de una hora más o menos, para decirle al cochero del duque que regresara a casa con el vehículo. En la expresión de la mujer, Yibo leyó que los caprichos de los nobles y los poderosos debían aceptarse con resignación, y salió a hurtadillas al callejón que había detrás de la tienda, libre gracias a su estratagema.

No estaba seguro de que la treta fuera necesaria, pero estaba embarazado y la vida del hijo que llevaba en sus entrañas, más y más real a medida que pasaba el tiempo, era lo más importante del mundo. Lo prudente era ser cuidadoso.

Hacía un día muy agradable, quizá un poco frío, y en lo alto del cielo azul celeste había apenas una leve pátina de nubes. Cuando ya se había adentrado bastante en el callejón, sorteando montones de imprecisos desperdicios, Yibo se coló por la puerta trasera de una tienda de tabaco, pidió disculpas al sobresaltado propietario y salió de nuevo a la calle.

Xuan Lu vivía cerca, y ya que hacía buen tiempo, era agradable dar un paseo hasta el domicilio de los Cao. Al llegar se enteró con alivio de que lady Cao estaba en casa. Al cabo de unos minutos lo condujeron a una salita privada en el primer piso, y su amiga se puso de pie para recibirlo.

—Bo-di, qué contenta estoy de que hayas venido.

Yibo forzó una sonrisa.

—Siento aparecer de repente, pero me pareció conveniente.

—¿Conveniente? —Xuan Lu le señaló una butaca y frunció el ceño. —Qué palabra tan curiosa.

Yibo se sentó. Aunque ya se había acostumbrado a los mareos, de vez en cuando tenía náuseas.

—¿Podrías pedir que me trajeran una taza de té ligero?

—Por supuesto. —Xuan Lu accedió. —¿Es el niño? Por Dios, de pronto te has puesto pálido, ¿necesitas acostarte?

—Un poco de té me sentará bien— le aseguró Yibo. Cuando llegó la infusión se la bebió con ganas, luego esperó que las náuseas remitieran y dijo con una sonrisa algo llorosa: —Es que estoy un poco disgustado. Menos mal que estás en casa.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora