XIV. Utilizar los secretos a nuestro provecho

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Cuando nosotros y nuestros amantes están familiarizados con los deseos y necesidades mutuos, habrá llegado el momento de sorprenderles, de confundirles, y de hacer que sean conscientes de que solo conocen una parte de sus jóvenes. Puede que cada vez que intenten algo nuevo descubrirán su deseo oculto más profundo, o satisfaga una fantasía concreta. Porque los hombres las tienen, quizá más que los jóvenes.

Del capítulo titulado «Utilizar los secretos a nuestro provecho»

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El destino debía estar divirtiéndose a su costa, pensó HaiKuan abatido. Había hecho aquel comentario cínico sobre los jovencitos torpes con el pianoforte y ahora estaba allí, escuchando una de las interpretaciones más sublimes posibles, a cargo de un jovencito muy hermoso y con un talento enorme.

No podía apartar la vista de Zhuo Cheng, inclinado sobre el teclado con el rostro sereno. Como estaba entre el público, tenía una excusa perfecta para estudiar la elegante postura de su cuerpo torneado, el perfil simétrico de su nariz, y la tersura de su cabello negro y brillante.

«Maldición.»

«Extraordinario» era la palabra que había utilizado en la conversación con su madre. Al oír a Zhuo Cheng por segunda vez había caído en la cuenta de que eso era quedarse corto. El suyo era un don muy inusual, una habilidad única que cautivaba tanto al auditorio que se diría que todo el mundo en la sala, incluido el más ignorante y negado para la música, había dejado de respirar. Nadie tosía, ni carraspeaba, ni se movía en la butaca siquiera.

Hasta ese punto era bueno.

HaiKuan se obligó a recordar cuál era la situación real. Zhuo Cheng acabaría casándose con algún hombre muy afortunado y aunque tal vez si él lo permitía, tocaría de vez en cuando para un público reducido como el presente, el mundo nunca tendría el placer de apreciar su genialidad.

Era una maldita lástima, en opinión de HaiKuan, pero lo cierto es que a él nadie le había preguntado su opinión sobre el tema.

Había reconocido todas las obras que Zhuo Cheng había interpretado durante la velada salvo las dos últimas. Para estas no había utilizado partituras, y su expresión pasó de serena a contemplativa, y sus manos gráciles se desplazaron sobre las teclas como si acariciaran a un amante.

Tenía que aniquilar de inmediato esa imagen tan sugerente y esa comparación, se dijo con vehemencia, cuando se puso de pie al terminar los aplausos, y se dio la vuelta sin mirar, para ofrecerle el brazo al hombre que estaba a su lado.

Resultó que era el Joven Li, que le lanzó una mirada provocativa con los párpados entornados y le apoyó una mano en la manga.

—Ha sido bastante agradable, ¿verdad?

—Genial —dijo él con sinceridad.

—Parecía usted absorto en la interpretación.

HaiKuan hablaba, pero sabía que estaba observando a lord Shang. Ese maldito tipo escoltaba a Zhuo Cheng, y le decía algo que lo hacía reír. Se controló, atendió a lo que el joven que llevaba del brazo acababa de decir y fingió una sonrisa, confiando en aparentar indiferencia mientras pasaban al comedor.

—Me parece que todos lo estábamos.

—No tan pendientes como usted. —Él pronunció esas palabras con delicadeza, pero le escudriñó con la mirada. —Parecía un niño frente al escaparate de una tienda de golosinas.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora