II. Entender a tu presa

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La intriga es tan esencial en las relaciones entre hombres y jóvenes como necesario es el aire que respiramos. Esa danza sutil que bailamos unos con otros es lo que hace que todo sea tan interesante.

Del capítulo titulado «Entender a tu presa»

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La imagen del espejo no le desagradaba. Zhuo Cheng colocó el último mechón castaño en su lugar y estudió su aspecto con una mirada crítica. Sí, el traje gris era una buena elección; combinaba bien con su piel nívea y destacaba los destellos oscuros de su cabello. Había una ventaja en no ser un rubio al uso y era que ese tono, más oscuro, sobresalía entre el resto de las debutantes y llamaba la atención de los varones solteros. Aunque habría preferido no ser tan bajo, no lo era tanto como para disuadir a demasiados pretendientes.

No, el verdadero problema era su edad, su alta alcurnia, el hecho de ser tan buen partido y de tener un padre terrible.

De hecho, la lista de problemas era considerable, pero la mayoría solo atañía a un hombre.

Se levantó del tocador, cogió el abanico con un suspiro y salió de la habitación. En el piso de abajo se encontró a sus padres esperándolo en el vestíbulo. Su madre estaba espléndida. Iba envuelta en seda verde esmeralda, lucía una fortuna en diamantes y una rutilante diadema coronaba el elaborado recogido de su cabellera oscura. Su padre, con un elegante traje de noche, una corbata blanca con una aguja de rubí y el cabello canoso peinado hacia atrás, tenía un aire muy distinguido. Manoseaba los guantes de un modo que indicaba impaciencia, y cuando lo vio bajar las escaleras se le quedó mirando con un gesto de aprobación.

—Por fin. Estaba a punto de enviar a buscarte, querido, pero la espera ha valido la pena. Estás deslumbrante.

Zhuo Cheng sonrió, pero fue un tanto forzado. No le apetecía nada lo que le esperaba en las próximas horas. Otro baile, otra velada bailando con caballeros deseosos de complacerlo, mientras aquel en quien anhelaba apreciar una chispa de interés se reía, cautivaba y deslumbraba a otros jóvenes, sin mirarlo de reojo siquiera.

Qué idea tan deprimente...

—Perdonen el retraso —murmuró, y se puso de espaldas para que un criado le colocara la capa sobre los hombros.— No podía decidir qué traje ponerme.

Qué frívolo había sonado. Aunque él no se consideraba superficial en absoluto; de hecho, era todo lo contrario. La auténtica pasión de su vida era la música, y aunque sus padres le aconsejaban que no lo mencionara cuando estuviese acompañado, no solo era un gran pianista, sino que también tocaba el arpa, la flauta y el clarinete mucho mejor que la mayoría. Aunque lo que le interesaba de verdad era componer. Tenía veinte años y ya había escrito dos sinfonías e innumerables piezas breves. Era como si tuviera una melodía sonando sin interrupción en el cerebro, y pasarla a papel le parecía de lo más natural.

Eso, por supuesto, era tan poco habitual como el color de su cabello.

El coche les estaba esperando, y su padre le dio la mano primero a su madre, luego a él, y les escoltó hasta la calle. Zhuo Cheng se acomodó en el asiento y se preparó para el sermón habitual.

Su madre no perdió el tiempo.

—Querido, lord Shang estará en casa de los Hampton esta noche. Por favor, concédele un baile.

El aburrido lord Shang, con su risa afectada. A Zhuo Cheng no le importaba ni la fortuna ni las tierras que un día heredaría; aunque fuera el último hombre en la tierra, jamás disfrutaría en su compañía.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora