X. Causa y efecto

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Si él cambia de comportamiento, anotad la fecha y analizad La causa. Puede que le hayáis impresionado.

Del capítulo titulado «Causa y efecto»


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Sus padres no eran las personas más sutiles con las que el Señor había bendecido la tierra, decidió Zhuo Cheng, con ganas de meterse bajo la mesa de la cena.

Era doloroso y obvio, y tenía la irritante sensación de que todos los presentes sabían que lo estaban llevando a rastras ante las narices de Xiao Yizhou, como si fuera una vaca premiada, exhibida ante un granjero rico.

Para empeorar las cosas, también parecía evidente para todo el mundo que el joven WenHan le había echado el ojo a HaiKuan. Quién sabe si se trataba de una tentativa en toda regla de atrapar al soltero más reticente del país, o el simple capricho de un interludio placentero, pero si el joven pensaba que actuaba de manera discreta acerca de sus intenciones, estaba muy equivocado.

Al fin y al cabo, ¿qué era una reunión campestre sin la seducción correspondiente?, pensó Zhuo Cheng con tristeza, mientras cogía la copa de vino. En aquel momento, el encantador WenHan se inclinaba provocativo ante su presa, mostrando las evidentes curvas de su traje ceñido.

—Tal vez debería modificar su expresión.

La afable sugerencia lo sobresaltó, y el vino salpicó con cierto peligro el borde de su copa. Yizhou, sentado a su lado gracias a las maniobras de su madre, se le acercó como si le dijera algo privado.

—Él está hablando con el joven, pero lo mira a usted. Hacía años que no me divertía tanto.

¿HaiKuan lo estaba mirando? No sabía si era así, pero lo cierto es que él se estaba esforzando muchísimo en cambio para no mirarle.

—¿Mi expresión? —preguntó con la voz tomada.

—Se diría que tiene ganas de arrancarle el corazón a él y eso, durante la cena, resultaría excesivo y fuera de lugar.

—Veo que se lo está usted pasando muy bien, milord.

Yizhou rió por lo bajo y desvió la vista hacia el plato de pescado. «Maldito sea» Zhuo Cheng disfrutó maldiciendo en silencio, y ahogó un quejido ante aquella perspicaz observación. Su madre, que probablemente había visto aquel aparente intercambio íntimo desde el otro lado de la mesa, sonreía radiante.

«Dios bendito, qué pesadilla»

Zhuo Cheng se dedicó al bacalao al horno con fingido entusiasmo, pese a que no tenía ni pizca de apetito. Consiguió engullir unos cuantos bocados y fingió estar centrado en la comida, cuando en realidad estaba pendiente de la sonrisa de HaiKuan, legendaria y contagiosa. La luz del candelabro conseguía un efecto malicioso en la estructura de su rostro, que enfatizaba la elegancia de sus pómulos y el trazo seductor de su boca.

«Para —se conminó a sí mismo —antes de ponerte en ridículo y de que los demás empiecen a darse cuenta»

¿Qué aconsejaría Sir Zhang Xi en esta situación? ¿El mismo aleteo de las pestañas y ese coqueto comportamiento que el joven Li WenHan desplegaba al otro lado de la mesa? Seguro que había un método mejor, pero Zhuo Cheng no tenía ni idea de cuál era. Quizá podría pedirle el libro a Yibo esa misma noche. O bien optaba por esa medida radical acatando la voluntad paterna y elegía marido.

Zhuo Cheng abordó el rosbif con puré de patatas con sombría determinación, aunque tenía el estómago un poco revuelto. Con la llegada de los postres le invadió una sensación de alivio. En cuanto retiraran los platos de la cena y sirvieran el oporto a los hombres, los jóvenes se reunirían a chismorrear un poco. Él, por otro lado, podía aducir un dolor de cabeza y huir a su dormitorio.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora