VII. Cómo huir y estar seguro de que te atraparán

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El deseo es un juego. Uno puede practicarlo con ligera sutileza, o con flagrante coqueteo.

Del capítulo titulado «Cómo huir y estar seguro de que te atrapará

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Yibo se agarró a la correa para mantener el equilibrio cuando entraron en una zona especialmente angosta del camino. Xiao Zhan, sentado frente a él, apenas se movió del asiento.

Estaba leyendo otra carta más del saco de correspondencia que se había llevado, con sus largas piernas extendidas, de modo que le rozaba el pantalón con las botas que calzaba, y la expresión ausente. En algún momento del trayecto le había caído sobre la frente un mechón de cabello castaño que le daba un aire casi infantil, pero estaba demasiado distraído para darse cuenta, y en cualquier caso la anchura de sus hombros y la nítida masculinidad de sus facciones no tenían nada de infantil.

Yibo cedió por fin al impulso que llevaba tentándolo durante los últimos kilómetros. Se inclinó hacia delante y con un gesto de familiaridad colocó el rizo rebelde en su lugar.

Él levantó la vista del pedazo de pergamino que tenía en la mano y, para alivio de Yibo, lo dejó a un lado.

—No estoy prestándote atención. Discúlpame.

—Ya me dijiste que seguirías teniendo que ocuparte de tus asuntos cuando estuviéramos ahí, pero admito que este silencio me está resultando un tanto pesado. —En realidad Yibo no esperaba que él comprendiera el nerviosismo que sentía ante su primera incursión real en el papel de gran anfitrión. Xiao Zhan estaba tan acostumbrado a todo lo referido a la pompa y a los grandes eventos, que incluso dudaba que se hubiera parado a pensar en ello. Por Dios santo, su marido saludaba al príncipe regente por su nombre de pila.

—¿Cómo fue tu infancia? —Parecía una pregunta apropiada en aquel momento, pues se acercaban a la propiedad donde él se había criado, y él sentía curiosidad.

Xiao Zhan levantó las cejas un milímetro.

—¿Mi infancia?

—Me imagino que no es fácil crecer siendo el primogénito de un duque. —Bo recordó la imagen de sus sobrinas corriendo como locas por el parque días atrás, entre un vendaval de carcajadas infantiles. Él también había tenido una niñez maravillosa.

—¿Te permitían jugar, montar en poni, aprender a nadar... y todas esas típicas cosas que a los niños les encanta hacer?

—De hecho, sí. Hasta cierto punto, supongo. —Sus ojos oscuros lo miraban de un modo que sólo podía describirse como cauteloso. —¿Puedo preguntar por qué estamos teniendo esta conversación?

—Dudo que esto sea una conversación —señaló de vuelta. —Tú apenas has pronunciado un par de palabras. Y lo pregunto porque en el día a día dedicas tan poco tiempo a disfrutar, que me preguntaba si te educaron para que creyeras que así es como debe vivirse la vida.

Zhan respondió con sequedad:

—Tengo entendido que conoces a mi hermano. Es obvio que no nos educaron para repudiar las frivolidades. Con eso no quiero decir que HaiKuan sea un frívolo, pero no se priva de ningún placer.

Pero HaiKuan no era el hermano mayor, pensó Yibo, observando a su marido bajo el halo de las pestañas.

—Yo asisto a audiciones musicales, voy a la ópera y a otros espectáculos. Doy un paseo a caballo cada mañana a menos que haga muy mal tiempo, y voy al club. —Xiao Zhan había enumerado despacio la lista, y luego bajó la voz: —Desde que me casé, disfruto sobre todo por las noches.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora