XVI. La filosofía del romance

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Obstáculos que encontramos en el camino en lugar de intentar esquivarlos. Con el amor sucede lo mismo.

Del capítulo titulado: «La filosofía del romance»

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—Tengo entendido que HaiKuan se marchó muy temprano.—Zhuo Cheng alzó la vista de pronto, sin saber cómo interpretar el comentario de Li WenHan, si es que había que interpretarlo de algún modo. Puede que el hombre solo quisiera charlar.

—No me diga. —Zhuo Cheng cogió un trozo de tostada y le dio un mordisquito.

—Al amanecer. Hace un día horrible para viajar, ¿verdad?

El señor WenHan echó un vistazo a las manchas de humedad que había en la ventana. Era una mañana melancólica y gris, pero al menos coincidía con el final y no con el principio de la reunión. Cuando Zhuo Cheng se levantó y bajó a desayunar al enorme comedor, descubrió que HaiKuan había sido fiel a su palabra, y se había marchado a Shanghái horas antes, pese a la llovizna que no cesaba de manar de un cielo brumoso.

―Al menos hemos disfrutado de mucho sol durante nuestra estancia.

Fue una observación banal. Zhuo Cheng confiaba en que el bonito viudo intentara entablar conversación sin más, pero el tema que había escogido lo puso en guardia. Ellos eran los dos últimos invitados que habían acudido a la colación matutina, y se sentaron con una relativa privacidad en un extremo de la mesa. Zhuo Cheng estaba casi seguro de haber dormido apenas una hora, dudando si aquel beso turbador era algo que debía celebrar, o si tan solo estaba destinado a ser un recuerdo agridulce.

Li se acercó a la mermelada.

—Bien, sí, el clima ha sido generoso. La compañía deliciosa, también. El duque ha realizado una labor admirable para ser alguien tan joven y nuevo en su posición. Al fin y al cabo, se ha casado con un miembro de una familia muy ilustre. Estoy seguro de que usted estará de acuerdo, ya que también aspira a formar parte de él a través del matrimonio.

Zhuo Cheng, que esperaba cualquier cosa menos ese comentario tan franco, se comió una cucharada de huevos revueltos para disimular que se había quedado sin habla. Luego se dio unos toquecitos en los labios con la servilleta y murmuró:

—Lord Yizhou sería un buen marido.

—No. —El señor WenHan meneó la cabeza y sonrió con malicia. —Sería un buen marido, en opinión de sus padres. Seamos francos. A usted quien la atrae es HaiKuan.

Así que ya había una lista de personas que se habían dado cuenta de su interés por el menor de los Xiao. Su padre. Yizhou. Ahora el joven WenHan.

¿Cuántos más? Yibo no había dicho nada, pero la verdad es que estaba ocupado seduciendo a su duque.

—Estoy convencido de que usted lo comprenderá ―repuso con tanta ecuanimidad como pudo, pese a estar ruborizado, — puesto que también le atrae.

—Veo que ahora hablamos de hombre a hombre.

—Eso parece.

Hubo una pausa mientras A-Cheng bebía un sorbo de té. Luego lo dejó a un lado con total parsimonia.

—No es usted tan simple como pensé en un principio, y ya que estamos siendo tan sinceros, le deseo suerte. Es verdad que en cuanto llegamos me di cuenta de que lord HaiKuan podía ser un delicioso... pasatiempo, pero empecé a notar que sus intereses estaban en otra parte. Si desea saber mi opinión, por la forma cómo actúa yo creo que existe la esperanza de que usted triunfe y le conduzca al altar. Ahora, si me disculpa, creo que mi carruaje ya está preparado para mi partida.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora