XIII. El misterio de todo ello

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En mi opinión, los jóvenes aman con más intensidad y los hombres con mayor vehemencia.

¿Cuál es la diferencia? No sé cómo definirla.

Del capítulo titulado «El misterio de todo ello»

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Era un mal momento para ponerse enfermo, pensó Yibo tendido en la cama con tristeza, al ver que la luz del sol entraba a raudales en toda la habitación. Incluso el aroma de las flores frescas del jarrón que había junto al lecho era empalagoso y abrumador. Claro que la reunión estaba a punto de terminar y que los invitados se marcharían a la mañana siguiente, pero ese día era el cumpleaños de Xiao Zhan y él planeaba darle su regalo sorpresa aquella noche. No era la velada apropiada para tener molestias de estómago.

Esta sensación de mareo no era propicia para el romance.

—Solo un té caliente y una tostada — le dijo a su doncella con una sonrisa desvaída, mientras se incorporaba y apoyaba la espalda en las almohadas.

—Y me gustaría bañarme.

—Por supuesto, excelencia. —La muchacha hizo una reverencia y salió a toda prisa.

Al cabo de una hora ya estaba mucho mejor y se sintió aliviado. La tostada le había sentado bien, aunque lo dudó por un momento, hasta que el té le alivió las náuseas. Tenía pensado prescindir del paseo a caballo junto al río, y del picnic que había organizado con todo detalle, pero al final se puso el traje de montar. La fiesta era para su marido, y ya que había organizado todo aquello en su honor, estaba decidido no solo a disfrutar del día, sino a asegurarse de que todo saliera como había pensado.

En especial esa noche. Si se atrevía.

Sir Zhang Xi había sido una fuente de sabiduría hasta el momento, así que, aunque seguir sus consejos pudiera parecer perverso, tenía la intención de ofrecerle a Xiao Zhan cualquier cosa que le hiciera disfrutar.

Yibo se ajustó el sombrero, observó su imagen en el espejo con aire de aprobación, pues el azul oscuro del traje de montar hacía juego con sus ojos, y bajó la escalera. Le sorprendió ver a Xiao Zhan en los establos charlando con uno de los mozos y con su enorme caballo cepillado, ensillado y listo.

Cuando se acercó él se dio la vuelta. Tenía el cabello oscuro un tanto alborotado por la brisa y le lanzó una mirada con sus ojos intensos. ¿De aprobación? No estaba seguro. Nunca era fácil interpretar la expresión imponente e impasible de su marido.

Yibo siempre lo consideró atractivo, pero esa mañana estaba impresionante. Iba vestido para montar a caballo como un propietario rural. Sin corbata, con el cuello de la camisa blanca desabrochado, una chaqueta azul oscuro que combinaba muy bien con el conjunto que lucía él y unos pantalones de paño ajustados, metidos dentro de unas botas muy gastadas, pero aun así relucientes. Yibo, ruborizado por algún motivo, le dijo con voz entrecortada:

—Buenos días.

—Buenos días. —Él contempló su atuendo. —Estás precioso querido, cómo siempre.

Ahí estaba otra vez, la misma mirada que le había dedicado varias veces últimamente. Para él era un misterio, como si lo juzgara de un modo que no conseguía descifrar.

—Gracias ―murmuró, —reconozco que no esperaba que nos acompañaras.

Él respondió con un amago de sonrisa.

—Salir a cabalgar en una mañana espléndida como esta es mucho mejor que perseguir orugas errantes e indignadas y recoger palos. Además, es mi cumpleaños y me pareció que tal vez mi esposo me reprendería si me quedaba en el estudio todo el día.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora