VIII. Los porqués

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El principal conflicto entre los varones y los jóvenes no es consecuencia de los juegos que jugamos, sino de las reglas diferentes que seguimos. Nosotros tenemos unas y ellos tienen otras.

Del capítulo titulado «Los porqués»

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HaiKuan no se había dado cuenta siquiera de que Yibo estaba ansioso hasta que él le abordó. Apenas había puesto un pie en el vestíbulo central, cuando se vio rodeado por una bandada de lacayos cargados con enormes jarrones de flores del invernadero y una mano grácil le agarró del brazo con una fuerza sorprendente.

—Necesito ayuda. —Su cuñado prácticamente le arrastró hacia una chimenea de mármol italiano junto a un conjunto de butacas de terciopelo.

—Los invitados están empezando a llegar y el té se servirá dentro de menos de una hora. ¿Qué te parece si colocamos las rosas justo aquí?

El ramillete de capullos rojos y brillantes contrastaba de forma espectacular con la piedra blanca, por lo que él respondió con lógica:

—Opino que tienen un aspecto encantador.

Él le miró con ojos suplicantes y una pequeña mancha en las mejillas.

—¿Estás seguro?

El sacó un pañuelo del bolsillo y limpió dicha sustancia, que tenía un sospechoso aspecto de polen.

—Estoy bastante seguro.

El rubor de sus mejillas y ese tic nervioso en la mano le recordaron que Yibo apenas tenía veinte años, y aunque solía aparentar bastante seguridad en sí mismo, no estaba en absoluto acostumbrado a su nueva posición como duque de Xiao. Su nivel de experiencia en ese tipo de cosas era limitado.

—La señora Lin —dijo él con tanto tacto como pudo —lleva treinta años como ama de llaves, y ella sabrá el lugar exacto donde colocar las rosas para que causen el mejor efecto, ya que ha organizado bastantes reuniones campestres en el pasado. Mi madre nos la habría arrebatado sin piedad cuando se fue a Italia si hubiera podido convencerla. Yo creo que Lin estará encantada si delegas en ella algunas decisiones.

—Deseo tanto que todo sea perfecto —dijo Yibo con una seriedad entrañable. —Xiao Zhan ha aceptado todo este asunto casi como una imposición, y si resulta un desastre le pondré en ridículo, aparte de haberle hecho perder el tiempo.

Por un segundo, cuando HaiKuan observó su rostro encantador y vio aquella sinceridad en sus ojos, envidió a su hermano por tener esposo. No, Yibo en concreto, aunque era un hombre precioso en todos los sentidos, y él admiraba su ánimo y su ingenio, sino la idea de que él se hubiera tomado la molestia de planear esa fiesta. No era que su hermano fuera a fijarse en las rosas, ni mucho menos en dónde estaban, sino porque Yibo deseaba hacer feliz a Xiao Zhan por encima de todo.

Menudo concepto. HaiKuan estaba muy familiarizado con jóvenes que deseaban que él les hiciera feliz a ellos. Ansiaban el placer que era capaz de darles en la cama, el prestigio de tontear con el hermano menor de un duque, las consabidas joyas y demás regalos caros.

¿Pensaban alguna vez en él? No en lord Xiao HaiKuan con su generosa herencia y sus relaciones influyentes, no si le consideraban o no un amante hábil y apuesto, sino en su vida, en sus ideas y en sus aspiraciones.

Nunca. Tenía la sensación de que a ninguno de los jóvenes con los que se acostaba jamás se le había ocurrido preguntarse si él era feliz. Eso también era culpa suya, concluyó mientras seguía allí mirando a Yibo y respirando la fragancia de las flores del invernáculo que llenaba el aire. Él escogía a propósito compañeros que no desearan más que relaciones sexuales esporádicas, sin implicaciones emocionales. Él seducía a una clase específica de hombres y ellos disfrutaban muchísimo con sus atenciones.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora