XV. Cuando lo sabes, lo sabes

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Sé que es un cliché, pero los libertinos reformados son unos maridos excelentes. ¿Por qué? En primer lugar, porque han corrido mucho. ¿La segunda razón? Porque saben cómo complacer a un hombre en el lecho. Piénsenlo. Al fin y al cabo, por eso se les considera libertinos.

Del capítulo titulado «Cuando lo sabes, lo sabes»

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Sería un milagro que conservara el coraje. Yibo se ajustó el picardías, confeccionado a medida para la ocasión, e intentó dominar la bandada de mariposas que anidaba en su estómago.

El camisón, se dijo, debía ser provocativo y él era su marido. Estaba autorizado a verlo con cualquier atuendo y punto. Aparte de que lo había visto con mucha menos ropa.

Pero esto era más que osado y era obvio que estaba pensado para seducir.

El escote le quedaba por debajo de los pezones y eso hacía que el traje que había lucido en la ópera pareciera recatado. Le dejaba los brazos al aire, tenía un corte a ambos lados de la falda y la espalda era tan baja, que estaba seguro de que si se daba la vuelta le asomaba el trasero.

Un buen comienzo para una velada que esperaba memorable.

Ir casi desnudo, según Sir Zhang Xi, podía resultar más cautivador que una exposición total.

«Cubríos con una tela transparente, ofrécele un atisbo del paraíso y luego fascínale hasta que pierda el control.»

«Piensen como un cortesano.»

Tal vez sería capaz, pero necesitaba un poco de ayuda del famoso seductor. A Yibo jamás se le habría ocurrido intrigar a Zhan-ge a base de intentar algo nuevo. No cuando él parecía disfrutar tanto haciéndole el amor como ahora... cuando las cosas habían progresado tanto entre ellos desde aquellos comienzos tan poco prometedores. Al pensar en su noche de bodas, se dio cuenta de lo poco que en realidad su madre le había explicado sobre el acto amoroso. Sus labios esbozaron una sonrisa irónica al recordar la "conversación" que ambos mantuvieron.

Xiao Zhan había hecho todo lo posible para tranquilizarlo, incluso apagó las luces antes de desvestirse. Lo cual empeoró las cosas, porque así él no podía verle... y cuando notó su miembro cálido y erecto pegado al cuerpo, tuvo un ataque de pánico. Pero lo cierto era que estaba muy enamorado de su marido y que deseaba complacerle, y una vez pasó el punzante dolor de la primera embestida, descubrió que le gustaba la sensación de tenerle encima, y dentro.

Ahora lo esperaba con ansia.

Ya no era un recién casado tímido, y pretendía que esta celebración fuera distinta, en un sentido perverso, a todo lo demás que habían hecho.

Esta noche iba a seducirle de la forma más pecaminosa posible, a embrujarle, y si el libro de Sir Zhang Xi decía la verdad, colmaría una secreta fantasía masculina que la mayoría de los hombres se resistía a reconocer. Yibo pretendía que esta fuera la velada más memorable que habían vivido juntos.

Sabía que antes de él hubo otros hombres. Cuando conoció a Zhan-ge, disfrutó de aquel primer vals fatídico y cayó de cabeza en el acogedor resplandor del amor, no pensó ni un segundo en su pasado. Ahora, algo mayor y claramente más sofisticado, era consciente de que él distaba de ser virgen cuando se casaron. No era HaiKuan, pero tampoco era un santo.

Bien. Él no quería un santo. Quería un hombre loco de lujuria por su persona.

Y amor, si era sincero consigo mismo, pero Xiao Zhan no era dado a hablar de sus sentimientos, de manera que se conformaría con que lo demostrara, hasta que estuviese preparado para reconocer esa emoción más profunda de forma verbal.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora