I. Su realidad frente a nuestras ilusiones

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Los hombres desean entendernos, pero solo en un sentido abstracto. Según ellos, la volatilidad de nuestras emociones nos convierte en unas criaturas demasiado complicadas para poder comprendernos del todo. Debo admitir que, hasta cierto punto, tienen razón. Los hombres se enfrentan a la vida de un modo muy directo. Algo que nos conviene recordar en nuestro provecho. Los jóvenes, por su parte, se entienden muy bien entre sí.

Del capítulo titulado «Su realidad frente a nuestras ilusiones»

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El sol de media tarde se colaba a través de los ventanales y caía en haces sesgados sobre la lujosa alfombra.

Las cristaleras estaban abiertas a los jardines, y el aroma de las rosas en flor inundaba el aire. Zhuo Cheng sentado frente a Yibo, levantó una ceja.

—Pareces raro, Bo-di. —dijo con aire perspicaz.— ¿Estás escuchando la conversación, siquiera?

—Yo pienso lo mismo —intervino Xuan Lu, condesa. Menuda y bonita, estaba sentada al borde de una butaca de tapicería exquisita, con su cabellera de ébano recogida con recato en la nuca, y la misma pregunta escrita en sus encantadores ojos oscuros.

—Pareces muy distraído.

—¿De veras? —A Yibo le resultó imposible fingir inocencia y se echó a reír. Sus amigos, reunidos en la salita informal de Lu para tomar el té y charlar, tenían bastante razón. Hacia un buen rato que había perdido el hilo de la cháchara sobre las últimas tendencias de la moda. La velada anterior había sido un... éxito. Él incluso lo calificaría de revelación. ¿Cómo diablos podía pensar en eso sin sonreír?

Bien, era imposible.

—Sí. Extraño como un gato que se ha comido al canario. —Zhuo Cheng se sentaba ahora más erguido, en un sofá de brocado. Era bajito, con facciones femeninas y una figura envidiable. Era muy común que los caballeros se confesaran enamorados de él, pero a pesar de la insistencia paterna para que se casara pronto, aún no había encontrado a nadie que le convenciese. Esta era su segunda temporada, y ello lo convertía en una especie de desafío para los jóvenes de la buena sociedad.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

Habían sido muy buenos amigos desde niños, y aunque Yibo intentó adoptar una expresión anodina, no lo consiguió.

—¿Qué les hace pensar que ha pasado algo? —Los dos intercambiaron una mirada y después dirigieron la vista de nuevo hacia él.

—Llámalo una conjetura —dijo Lu con sequedad.— Los dos te conocemos y yo ya he visto antes esa expresión.

—Me recuerda a la vez que fuimos a explotar la abadía en ruinas a medianoche esperando encontrar fantasmas y nos pillaron al volver. Tú te inventaste un cuento y conseguiste que mi institutriz se lo creyera no sé cómo. —Y añadió:— Pero nosotros sabíamos muy bien que en realidad éramos culpables de habernos saltado las normas.

Yibo lo recordaba y murmuró con humor mientras cogía la taza de té:

—Sí, pero conseguí que no nos castigaran, ¿verdad?

—Tenías mucha labia —comentó Zhuo Cheng.— Pero no intentes aplicar esa triquiñuela con nosotros. Dinos, ¿por qué mirabas por la ventana con esa peculiar sonrisa de complacencia?

Yibo no estaba en lo absoluto seguro de sí debía contarles la verdad. Era un secreto tremendamente escandaloso. No obstante, confiaba en sus dos amigos más que en nadie en el mundo.

—¿Bo-di? —dijo Zhuo Cheng.

—Volví y lo compré —confesó él. Sus dos amigos se quedaron con las tazas de té suspendidas entre las manos, perplejos. Les dio más detalles.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora