XXIV. Me quiere o no me quiere

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La auténtica prueba del amor de un hombre es su capacidad para pedir perdón cuando se ha equivocado. Si lo hace, sabrán si es sincero por la mirada que haya en sus ojos. No puedo describirla, pero lo sabrás, créeme. El amor tiene un brillo propio.

Del capítulo titulado «Me quiere o no me quiere»

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Yibo se detuvo en la puerta de su alcoba. Había alguien dentro, cosa que ya esperaba, pero lo que no se había imaginado era que el ocupante fuera su marido. Había un camisón extendido sobre su cama, y Xiao Zhan estaba sentado en una de las butacas junto a la chimenea, con la mirada fija en él de pie en el umbral. Sostenía una copa de coñac en la mano y parecía relajado, pero al ver la rigidez de sus hombros, Yibo comprendió que esa despreocupación era fingida.

—¿Vas a entrar? —le preguntó al ver que se quedaba allí quieto.

—No lo sé —admitió Yibo. Se preguntaba cuánto tiempo iba a seguir mostrándose ofendido. Era imperdonable que hubiera sospechado de él. Absolutamente.

Pero le preocupaba pensar que ya le hubiera perdonado. Le extrañaba. Cuando la afrenta se convirtió en tristeza, quizá había comprendido un poco sus dudas, hasta cierto punto. Eso no le excusaba, pero Yibo suponía que su propia inexperiencia también había sido parte del problema. Él solo había querido complacer a su marido, algo que en aquel momento le había parecido sencillo.

Pero ahora, con ese distanciamiento que había entre ambos, no era sencillo en absoluto.

—Es tu dormitorio. Alguna vez tendrás que visitarlo —dijo él en tono afable. —¿No ibas a cambiarte para salir? Para hacerlo tendrás que entrar.

Esa había sido su intención al aceptar la invitación. Pues aunque su vida personal fuera un desastre, si toda la alta sociedad se enteraba empeoraría aún más las cosas.

—¿Dónde está mi doncella?

—Le he dicho que podía retirarse por esta noche.

Ante tal presunción a él se le escapó un leve gemido.

—Supongo que puedo peinarme yo mismo.

—O no peinarte.

—Xiao Zhan...

—Cuando murió mi padre, me sentí perdido. —Sus palabras invadieron poco a poco la habitación. —No pretendo que esa tragedia suponga mi absolución, pero soy tu marido, y como tal solicito una oportunidad para explicar mis recientes actos ¿Serías capaz de concederme eso?

Él nunca hablaba de su padre. Y la palabra "solicito" implicaba una humildad muy elocuente. Yibo entró en el cuarto, cerró la puerta y se sentó en el tocador frente a él, sin decir palabra.

Necesitaba eso que iba a suceder en aquel momento. Ambos lo necesitaban.

—Solo tenía veinte años —continuó con una débil sonrisa. —La edad que tú tienes ahora, así que tal vez puedas imaginarlo. A veces tengo la sensación de ser mucho más viejo. De repente todas esas personas dependían de mí. Mi padre era fuerte. Vigoroso. No había motivo para pensar que empezaría a toser un día y al poco se habría ido, literalmente. Yo seguí sin creérmelo hasta que mi madre se volvió hacia mí llorando, y me preguntó qué íbamos a hacer. Todos me estaban mirando, a mí, para que les guiara. Entonces fue cuando me di cuenta de que en realidad no lo sabía.

Yibo vio cómo su marido se esforzaba por revelar sus sentimientos y lo supo, supo que si Xiao Zhan deseaba disculparse, esa era la mejor forma de todas. Tal vez si se hubiese deshecho en tópicos y hubiera intentado explicar sus actos, él habría pensado que era una excusa para que ambos se olvidaran del incidente.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora