XIX. Lo que sus maridos les ocultan

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La duplicidad siempre tiene un coste.

Del capítulo titulado «Lo que sus maridos les ocultan»

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Xiao Zhan se sentía como un mentiroso. Un tramposo.

Si se equivocaba, lo estaba insultando de la peor forma posible. ¿Infiel?, ¿Yibo?

«Dios, por favor, haz que esté equivocado.»

Bebió un sorbo de vino y observó a su esposo en el otro extremo de la mesa. Estaba precioso, como siempre. Pero había algo en él que transmitía inquietud. Para empezar, estaba más callado y parecía preocupado. No solía ser él quien iniciara la conversación, pero esa noche tuvo que esforzarse para llenar los silencios entre ambos. ¿Era acaso porque se sentía culpable? Él era quien se sentía culpable, maldita sea, por contratar a un hombre para que siguiera todos sus pasos.

—Es muy agradable, ¿verdad? Estar los dos solos, para variar.

—Una velada tranquila en casa es una idea encantadora. —Yibo bebió un sorbo de vino. Su cabello centelleaba bajo la luz de las velas. —No solemos hacerlo lo bastante a menudo.

Lo que no hacían a menudo últimamente era el amor. Era culpa suya, porque no conseguía superar sus dudas; pero lo deseaba. Rayos y centellas, lo deseaba. Ese sacrificio había sido una auténtica tortura.

Esa tarde le habían entregado el primer informe.

A pesar del nudo que tenía en la garganta, dijo:

—Dime, ¿qué has hecho hoy, querido?

«Por favor no me mientas. Por favor.»

—Recados, sobre todo. La sombrerera y ese tipo de cosas. —Él irguió los hombros con elegancia. —Fui a ver a Xuan Lu de camino a casa.

—¿Ah?

Xiao Zhan esperó, pero no hubo nada más.

Él sabía lo de la visita, por supuesto. Conocía al detalle todos sus movimientos. Por ejemplo, le habían informado de que un caballero se había presentado en la casa de Xuan Lu veinte minutos después de que Yibo entrara en el edificio. Sabía que las cortinas del salón delantero habían permanecido echadas. Y sabía que el caballero se quedó más de una hora, después de lo cual había salido de la casa, seguido al poco por Yibo. Chen aún no conocía la identidad de ese misterioso desconocido, pero la estaba investigando. La descripción era un poco vaga, porque el empleado de Chen estuvo vigilando desde el otro lado de la calle, pero el informe señalaba que el desconocido era ágil, como un joven.

Xuan Lu era amiga de Yibo desde hacía años. ¿Era posible que facilitara una cita discreta para su esposo y su amante? Xiao Zhan se cuestionaba el incidente con una angustia interior, confiando en que no se reflejara en su rostro.

Lo único que fue capaz de hacer fue ensartar otro pedazo de cordero asado, masticarlo y tragárselo. La cocción era perfecta, pero le supo a serrín. Consiguió tragarlo con un sorbo de vino.

—Entiendo —murmuró. — ¿Cómo está la condesa?

—Bien.

¿Otra respuesta escueta? Esperó que se explayara, pero él no lo hizo, y se limitó a servirse más patatas. Resultaría sospechoso que le preguntara si Xuan Lu estaba acompañada cuando llegó. ¿Cómo podía saber él algo así si nadie se lo había contado? No dijo nada, pero el silencio fue de pesadilla.

¿Cuándo demonios iba a decirle que estaba embarazado?

Xiao Zhan dejó a un lado el tenedor, incapaz de seguir fingiendo que tenía hambre.

El arte de la seducción | ZhanYiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora