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Mientras las gotas de lluvia se deslizaban a lo largo de su paraguas y la negrura de la noche empezaba a hacerse un lugar en medio de aquel vasto cielo, Doyoung terminó caminando en compañía de la cálida presencia de Sicheng después de llegar a su respectiva estación. El primero, de ojos ya cansados y voz casi pesada, se dirigía hacia su hogar en un frío departamento de la zona. El segundo, por otro lado, simplemente transitaba por las calles que al final del día lo conducirían hacia la casa de su vieja tía. Con un par de panecillos en su bolsa de plástico y una amable sonrisa en su rostro, esperaba visitarla y regalarle, quizás, algo de comer.

Un silencio reconfortante se hizo presente en la escena. La luz de las farolas que iluminaban el camino animaba ligeramente la oscuridad que se desprendía de un mundo sumergido en enredados suspiros. Las estrellas se sentían lejanas y la luna era opaca, como si tuvieran miedo de brillar más de lo permitido. Quizás, solo quizás, las gotas de lluvia parecían hundirse en el suelo con el anhelo de expresar algo. Y tal vez, solo tal vez, ese mensaje parecía detenerse antes de poder cambiar cualquier cosa.

De pronto, un áspero susurro se escapó de los labios de Sicheng. Doyoung no pudo evitar girar con suavidad su cabeza antes de preguntar:

—¿Perdón? ¿Podrías repetirlo?

Sicheng se aclaró la garganta por unos instantes y nuevamente se atrevió a hablar.

—Me preguntaba si no era incómodo para ti seguir trabajando en la cafetería. Ya sabes, me imagino que no es fácil lidiar con todo esto.

Doyoung se tomó unos segundos antes de responder. Balanceó ligeramente su paraguas con esquivez mientras su mente se inundaba en la dolorosa nostalgia del pasado otra vez. Sus suaves dedos se apretaron alrededor del mango de aquella sombrilla en un agarre confuso.

—Quiero distraerme un poco, quizás —Contestó. Su corazón pareció arrugarse con amargura al tiempo que el rostro de Jungwoo aparecía con tanta brillantez en sus memorias. Sus cejas se juntaron con aspereza y se mordió el labio con desilusión al recordar que ya no podría volver a escuchar su hermosa voz—. Pensar tanto en asuntos que me hacen sentir cada vez peor puede que no sea la mejor de las ideas. Estar en un entorno rodeado de gente confiable al menos me ayuda a despejar un poco la mente.

Una pálida sonrisa se adueñó de los labios de Sicheng por unos instantes, pero, por alguna razón, terminó pareciéndose más a una mueca lastimera.

—Sí, eso era lo que pensaba —Pronunció en voz baja—. De igual modo, no olvides que estamos aquí para ti. No te fuerces de más, ¿está bien?

Doyoung lo miró a los ojos antes de contestar.

—Sí. Está bien.

[...]

Esa noche, Johnny tampoco fue capaz de dormir.

Una fina capa de sudor podía apreciarse a lo largo de su piel mientras se removía con incomodidad entre sus sábanas. Una extraña sensación se hacía retumbar en mitad de sus entrañas en conjunto con una fuerte necesidad de querer vomitar. Suspiros pesados se escapaban de sus labios al tiempo que los latidos de su corazón palpitaban con una locura insaciable.

Sin embargo, cuando se acercó al baño para expulsar hasta la última gota de comida en su estómago, no fue capaz de hacerlo.

En cambio, cuando observó su propia figura en el difuminado espejo de aquella habitación, percibió una situación en particular: sus ojos ya no eran de un oscuro color marrón, sino que ahora se hacía paso un notable tono azul. De inmediato, sus pupilas se contrajeron ante aquella visión. Tragó saliva con nerviosismo mientras su mano derecha se deslizaba por su rostro para comprobar que sus ojos no le estaban mintiendo.

Si era sincero, a veces sucedía que el poder espiritual propio de los médiums se agitaba en su interior y daba paso a sucesos similares con respecto a la apariencia de su cuerpo. En ocasiones, las vibraciones espirituales propias de una persona podían llegar a desencadenar todo tipo de afecciones o malestares en caso de ser manejadas de forma incorrecta.

Pero ese color, más específicamente ese tono azul, no debía significar nada bueno.

—Malas energías. —De pronto, una voz se hizo escuchar en mitad del silencio del baño.

Johnny no tardó en girarse antes de encontrarse con la figura de Nakamoto Yuta, su guía espiritual, cruzado de brazos y con un pronunciado ceño fruncido en su expresión. El aura de un brillo azulado parecía recorrer cada centímetro de su piel como si fuera la única iluminación en la habitación.

—¿Perdón? —Johnny preguntó, casi confundido con la insinuación del más bajo—. No recuerdo haber entrado a ningún lugar rodeado de ese tipo de energía espiritual.

—Paseaste por todo Seúl acompañado de un fantasma. ¿De verdad creíste que nadie se daría cuenta? ¿O que yo no me daría cuenta? —Una notable molestia se podía sentir en el tono de su voz—. Soy tu guía espiritual, así que créeme cuando te digo que hay malas energías alrededor tuyo. Ven, déjame retirarlas.

A continuación, los dos se sentaron en el sofá de la sala de aquel frío apartamento. Johnny le dio la espalda a Yuta mientras el contrario deslizaba las palmas de sus manos alrededor de esta, eliminando todo rastro de energía negativa que pudiera ser capaz de dañar el rendimiento como médium del castaño.

Después de todo, Yuta era un espíritu que había vivido más de cincuenta años en el plano mortal. Se especializaba en proteger a los seres humanos y en guiar a aquellos médiums con un gran potencial en sus carreras, de forma que los orientaba a hacer el bien y a evitar desviarse hacia el camino del mal. En ese aspecto, si bien era cierto que Johnny tenía un rendimiento excelente como médium, como mortal era simplemente un dolor de cabeza. A veces era prudente y recatado, pero en otras ocasiones realizaba todo tipo de extravagancias como pasear por media ciudad en compañía de un fantasma.

—Entiendo tus intenciones de querer ayudar a ese chico, pero no antepongas sus intereses a tu propia salud. —Soltó un suspiro mientras hablaba, negando levemente con la cabeza. Fue entonces cuando, de pronto, un sonido de incertidumbre se escapó de sus labios.

—¿Qué sucede?

Yuta se quedó callado durante unos momentos y un silencio lacónico cayó en la fría habitación. La luz de la luna que se filtraba por el amplio ventanal parecía bailar nerviosamente sobre sus pieles, patinando sobre las superficies del apartamento en un tenue tono azul que solo agravaba el desasosiego entre los dos.

—Esto es raro —Comentó, inspeccionando el flujo espiritual de Johnny con mayor lentitud. Sus manos se deslizaron con profesionalidad al tiempo que sus cejas parecían juntarse más y más. En un abrir y cerrar de ojos, su expresión ya se había convertido en un notable ceño fruncido—. Esto no parece ser el trabajo de un lugar maldito o de algún elemento de ese estilo. En cambio, parece ser el trabajo de una persona.

—¿De una persona? —Volvió a preguntar Johnny. Una leve preocupación parecía gotear en el tono de su voz—. No recuerdo haber hablado con alguien con el poder espiritual necesario para hacer eso.

—Esto... —De pronto, Yuta volvió a juntar los labios. Un completo silencio bañó con fiereza el lugar. Yuta aumentó la presión de sus manos en la espalda del contrario—. Esto no parece ser el trabajo de un novato, Johnny. No sé a quién demonios molestaste al pasear con aquel fantasma por toda la ciudad, pero, en definitiva, sabe canalizar bien su poder espiritual. No solo intentó obstruir el flujo de tus meridianos, sino que también los infestó de suficiente energía negativa como para volver loco a una persona. ¿Acaso entiendes lo que te digo? Él intentó...

Las palabras de Yuta lo atravesaron con aspereza. Sus manos se hundieron en el cómodo sofá mientras sus nudillos se apretaban con fuerza. No pudo evitar sentirse débil ante los torrentes de energía espiritual que bañaban cada rincón de su cuerpo. Un leve malestar pareció elevarse en el aire súbitamente al pensar en lo peor. Cientos de palabras se estancaron en su garganta, sintiéndose casi incapaz de poder expresar la cantidad de emociones que inundaban con ímpetu su pecho.

—¿Existen posibilidades de que... quien me haya hecho esto sea el asesino que buscamos?

La habitación cayó en un silencio lacónico una vez más.

—No tengo idea, Johnny —Tragó saliva antes de continuar —. Lo que sí sé es que, quien te hizo esto, te quería muerto.

engaños ও johndoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora