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Era una locura. Era simplemente una locura.

El aura pesada y agotadora que envolvía con rigidez los sentidos de Johnny bañaba de una escandalosa discordia su alma. La aspereza con la que latía su corazón le obligaba a mover los pies con una lentitud cada vez mayor. El color azul que súbitamente había empapado su percepción visual le impedía distinguir algún objeto capaz de detener su suplicio.

No tenía sentido. Había estado en este mismo pasillo con Doyoung hacía tan solo unos minutos atrás. ¿Qué se supone que había cambiado en ese tiempo? ¿Qué condiciones había cumplido como para poder activar así sus efectos?

Johnny meditó durante algunos segundos diversas opciones que pudieran explicar el despertar de lo que sea que se encontraba en frente de él, pero no pudo hallar ninguna respuesta lógica ante los torrentes de vibraciones negativas que inundaban con fuerza el lugar.

—Qué problema... —Chasqueó la lengua con amargura. Después de todo, si no podía encontrar el objeto que desprendía tanta maldad con sus propios ojos, entonces lo haría con su propia energía.

El médium soltó un suave suspiro antes de presionar con su mano derecha una de las paredes de aquel pasillo en un intento de concentrar sus poderes espirituales dentro de lo profundo del apartamento. Cerró sus ojos y reflexionó internamente sobre lo que estaba sucediendo en ese momento, sobre cómo podría contener la toxicidad que emanaba de cada rincón de ese espacio.

Entonces, lo consiguió.

Con dos suaves toques sobre la pared, la realidad desconocida que envolvía su mundo pareció desaparecer. La paleta de colores azules que empañaba el panorama se desdibujó con dulzura antes de revelar un escenario de tonos pasteles que pudo identificar a la perfección.

Ahora sabía la ubicación de aquel objeto.

—Te tengo. —Murmuró mientras se acercaba a las estanterías al final del pasillo y tomaba entre sus dedos un elemento de naturaleza singular.

Era un llavero de Sanrio.

—¿Qué demonios?

Cuando Johnny se acercó para tener mejor visión del llavero, se dio cuenta de una cosa: en las estanterías había una colección de llaveros de todos los tipos.

Y cada uno emanaba una energía negativa peor que el anterior.

Era, en pocas palabras, un compendio de accesorios malditos listos para destrozarle el espíritu a cualquiera que se le acercara más de la cuenta. La exposición constante con este tipo de objetos no solo envenenaba el cuerpo, sino que también desestabilizaba el alma a límites inimaginables. El hecho de que Doyoung tenga una colección de este estilo...

—No tiene sentido. —Volvió a murmurar Johnny.

Dentro de su razonamiento, era imposible que aquel muchacho pudiera escoger elementos tan nocivos para su cuerpo por voluntad propia. Se le había visto tan afectado por la muerte de Jungwoo que se le hacía muy poco creíble la teoría de que Doyoung pudiera conspirar en contra de su familia. No tenía sentido alguno.

Sin embargo, si no había sido él quien había conseguido los llaveros, entonces... ¿quién había sido?

[...]

Para cuando Doyoung había terminado de cocinar el bibimbap, Johnny ya tenía la mesa lista para los dos.

El aroma de los vegetales al dente combinados con la carne inundaba de la más divina esencia las fosas nasales del médium. La fragancia que emanaba de la comida recién preparada era simplemente exquisita.

engaños ও johndoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora