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Esa misma tarde, Johnny se aseguró de asistir a las prácticas del equipo de baloncesto de su universidad. Con sus zapatos de deporte puestos y una camiseta blanca sin mangas, entrenó durante un buen rato en compañía del resto de sus compañeros.

Tocaba el balón con las yemas de sus dedos de vez en vez mientras se movía a lo largo de la cancha con una agilidad envidiable. En cierto momento, el propio Taeyong realizó un gesto con las manos para que le prestara la pelota. Con la cabeza en alto y las rodillas firmes, se la pasó en tan solo un parpadeo. Antes de que pudiera siquiera volver a reaccionar, Taeyong ya había encestado.

Silbidos y aplausos llenaron con fervor todo el lugar. No era un secreto para nadie que el líder del grupo era un genio cuando se trataba de manejar su propio cuerpo. Más de uno admiraba con vehemencia la forma en la que se movía y parecía bailar a lo largo de la superficie de juego como si de un artista se tratara.

Taeyong era, en pocas palabras, excelente como jugador.

—Buen trabajo, chicos —Había pronunciado Taeyong con una sonrisa en los labios—. Ese pase fue increíble, Johnny. Sigue así.

El castaño también sonrió ante aquel halago. Después de todo, Taeyong era simplemente así. Era el típico líder de cálidas palabras y suaves expresiones con una extraordinaria capacidad para el deporte. Tanto era su talento que nadie se imaginaba que hiciera parte de la extravagante carrera de música de la institución, y mucho menos que fuera uno de los más destacados.

Resultaba inevitable que murmullos se escucharan a lo largo de los pasillos cuando caminaba. ¿Cómo era posible que un ser humano como él pudiera manejar una carrera, un trabajo de medio tiempo y, al mismo tiempo, ser el líder del equipo de baloncesto? Y lo cierto era que nadie parecía estar de acuerdo con una sola respuesta.

Y Johnny, quizás, tenía miedo de saberla.

Para cuando terminó la práctica y casi todos habían abandonado el lugar, Johnny se dirigió a los casilleros del gimnasio con una fina toalla blanca que adornaba sus hombros. Se limpió el sudor con ligereza antes de hablarle a la nada.

—Yuta, Jungwoo... —Pronunció con cuidado—. ¿Están ahí?

De repente, dos figuras masculinas aparecieron con un suave brillo azul a lo largo de su piel. Por instantes, el mundo de Johnny tuvo indicios de querer detenerse. Un aura sin igual se instauró en aquel espacio, percibiendo con claridad el poder espiritual que poseían las tres siluetas presentes.

Johnny no pudo evitar sonreír al observar el familiar rostro de Jungwoo. Ya no existía rastro de los ojos rojos y la nariz escarlata que solían decorar su expresión. En cambio, una mezcla de alegría y jovialidad se podía contemplar tenuemente en sus brillantes ojos.

Y es que, poco a poco, el fantasma había comenzado a adaptarse al plano mortal desde la perspectiva de un espíritu. Incluso Yuta, que acostumbraba a ser tan reacio a ayudar a quienes lo rodeaban, parecía estar habituándose a su presencia, así como a enseñarle uno que otro concepto importante sobre la organización a la que pertenecían los dos.

Era cuestión de tiempo para que Jungwoo retomara el ritmo de las cosas, pensó Johnny.

Y tal vez no se dio cuenta de las implicaciones que conllevaba aquel tipo de pensamiento.

—Hicimos lo que nos pediste —Comentó Yuta mientras se cruzaba de brazos. Johnny repitió el gesto con cuidado—. Consultamos con la Sociedad de Médiums por cualquier miembro destacado que hubiera estado alrededor de los lugares que señalamos tanto ayer como el día del asesinato de Jungwoo.

Johnny recordó aquella petición.

Después de haber realizado una vaga imagen acerca del responsable, llegaron a la conclusión de que la mejor decisión para los tres era preguntar en la organización si existía alguien que, quizás, pudiera encajar con aquella figura. Así, entendieron que no solo debía ser una persona con un gran conocimiento espiritual, sino que también debía estar relacionada, de un modo u otro, con alguna de las sedes internacionales de la sociedad de médiums.

engaños ও johndoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora