Hacer lo correcto

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En cuanto Laia entró a su torre por el balcón, empezó a deshacerse de todo lo que llevaba encima. Primero colocó el cuadro contra la pared, después dejó el cetro de lado, continuó con la bolsa negra con una parte de plástico a través de la cual se podía ver el interior y sacó el tiesto con la viola azul de detalles blancos, se sentó para quitarse sus botas con propulsores en los tacones que le permitían volar a antojo sin tener que gastar energía mágica... Todo esto fue cuidadosamente escuchado por Elmare, que se había acomodado en su marco y a quien no le quedaba otra que analizar a la que no dejaba de ser su secuestradora.

No parecía tener ganas de hablar hasta ahora, pero no hacían falta las palabras para que ella comprendiese lo que estaba sucediendo. Ya sabía de la existencia de los ocho portadores, de que la mujer que había viajado hasta el museo de Docspot con intenciones de robarla no podía ser otra que la octava y comprendía la razón por la que se la había llevado. Había hablado suficiente con Toshro y Kiseki como para saberlo, al fin y al cabo.

Una vez la pelirroja ya había colocado todo en su sitio, se acercó a un gran dibujo que había en la pared, donde se podía vislumbrar exactamente la misma marca de maldición que tenía ella en el dorso de su diestra. Al lado de la redonda de Eloy había una equis y, en completo silencio, dibujó torpemente otra al lado de la de Toshro. Después, se dignó a mirar por fin a la musa, esa que no podía devolverle el gesto porque tenía un manchurrón de tinta negra donde se suponía que tendrían que haber estado dibujados sus ojos.

Era extraño pensar en que el tercer portador hubiese elegido esa obra entre todas: no era más que un boceto a color. Entre la gama de paisajes hermosos y personas bellísimas que había plasmado a lo largo de su vida, había escogido a esa mujer de nariz de bruja, uñas un poco más largas de lo normal y rojas, a juego con el enorme vestido tan antiguo que llevaba puesto; y ese tipo de expresión constante en la que parece que alguien nunca preste atención a nada.

– Perdón por no haberte hablado hasta ahora... Supongo que entenderás que no quería hacer ruido mientras cometía un robo y huía por los cielos hasta llegar a casa.

– Sí, no te preocupes. También sé por qué estoy aquí, no hace falta que me expliques nada. – tenía una voz suave y taciturna, algo monótona sin llegar a ser desagradable.

– ¿En serio? ¿Te lo dijo Kiseki...?

– Se podría decir que sí. También influye el que todavía puedo escuchar a Toshro, claro.

Laia arqueó las cejas con sorpresa, la revelación de esa última información era muy interesante. No sabía que la mujer podría oír a su creador después de que él mismo hubiese insertado su alma tras morir en el cuadro, pero, ahora que lo mencionaba, sí que podía llegar a tener sentido. Así era como funcionaba el poder primigenio, ¿no? Dejaba hacer a tu alma a antojo, que tu cuerpo se perdiese no significaba que tu consciencia siguiese el mismo camino.

Se sentó en el suelo, queriendo estar frente a frente en vez de quedar por encima de ella. Sin quererlo, su tono también se hizo menos frío y más bajo, como queriendo equipararse a la poca intensidad del habla ajena.

– No sabía que eso es algo que podía pasar, pero te creo... ¿Entonces no pondrás pegas a formar parte del plan?

– ¿Por qué debería hacerlo? Entiendo lo que queréis hacer Kiseki y tú y el por qué, con eso tengo suficiente para brindarte toda la ayuda posible desde mi posición.

– Ya, pero no es muy moralmente correcto y me han dicho que, entre todas las musas, tú eres la única que parece ser realmente humana... – su congoja respecto a ese tema era muy clara.

One-shots (2023-????)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora