Heridas profundas

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(2016)

Todas las noches, Yume se veía en la obligación de curar su herida. Una pequeña y localizada, profunda, con la forma de una redonda perfecta, deliberada y premeditada. Cuando estaba recién hecha, atravesaba todas las capas de su piel hasta llegar a lo que ella suponía que era el músculo, de un tono entre rosado y rojizo. Todas las noches, cuando se quitaba la pequeña tirita que llevaba para taparla, como quien pone un pulgar frente al Sol con tal de fingir que no existe, encontraba sangre, gran parte de ella ya oxidada y, en menor cantidad, todavía fresca, recién expulsada por el bizarro orificio. Se le revolvían las tripas ante esa vista, ante lo que significaba. Odiaba observarla, sentirla, incluso si el agua, el jabón y el desinfectante no dolían, y cada día suplicaba mentalmente porque al siguiente se hubiese cerrado del todo, porque al menos dejase de sangrar, no queriendo aceptar que las lesiones de ese calibre necesitaban paciencia, un proceso de recuperación más prolongado. A veces temblaba ligeramente solo de tenerla enfrente, de tocar la tirita sin querer al acariciarse la pierna, al apoyarse mal en un mueble y que un escozor suave se hiciese presente en la zona afectada.

Se había vuelto loca desde que había sucedido, cada pequeño detalle que le devolviese la memoria del evento que la había provocado convertían cuerpo y mente en un caos. No era capaz de acordarse del rostro del médico que se la había hecho, incluso cuando no era la primera vez que le veía ni había pasado tanto tiempo para que su mente lo considerase un dato descartable. Sí recordaba, sin embargo, la sensación del bisturí entrando en ella, sin ningún tipo de alivio anestésico, clavándose y creando esa maldita forma en su piel, que jamás había sido tratada de esa forma antes. Haciendo palanca hacia arriba con tal de sacar la muestra mientras ella exhalaba entre dientes con los ojos cerrados y se mareaba de la impresión. Lo sudada que estaba, lo surrealista del momento, la apatía del doctor, la ansiedad acumulada, las ganas de vomitar ante la sensación punzante, ardiente, muchísimo más dolorosa de lo que jamás había imaginado. Tampoco había olvidado el pitido que escuchó una vez caminó fuera de la sala por propio pie, el mundo negro por un instante y su cuerpo débil, a punto de soltar toda la bilis y desmayarse. La única razón por la que no llegó a tocar suelo fue por otros compañeros peculiares que justo estaban en ese pasillo, quienes la sostuvieron y acompañaron a su cuarto en un acto inusualmente bondadoso para lo que eran las actitudes promedio de los secuestrados en las sedes de cazadores. Siempre tan defensivos, queriendo atacar antes de que les hagan daño, perdiendo empatía por los suyos, casi como animales.

Eso era lo que le venía a la mente una y otra vez, una espiral psicológica, reviviendo múltiples veces en un solo minuto ese desastre. No podía comer con normalidad, no podía dormir sin utilizar sus poderes contra sí misma, se encontraba llorando en agonía en los momentos menos esperados. Vivía en un terror constante desde entonces, solo por un capricho de esa organización tan temible. Porque no era un procedimiento necesario, ni mucho menos: solo querían comprobar si podían comprender mejor el funcionamiento de según qué poderes o mutaciones con muestras orgánicas. Las mutilaciones del castigo o correctivas, las llamaban algunos. Yume nunca pensó que ella iba a ser una de las peculiares que debería pasar por eso, mucho menos que su vitíligo azul despertaría el interés suficiente para que ese médico en el que había confiado por tanto tiempo se tornase lo suficientemente codicioso como para arrebatárselo de esa forma. Se sentía traicionada, sucia, asqueada de su propio cuerpo. Algo había cambiado en sí misma. No sabía el qué, pero había sucedido e, incluso cuando sabía que esa herida física no sería eterna, sentía que, de alguna forma, siempre estaría ahí. Eso solo generaba más vergüenza, necesidad de ocultarla.

Por desgracia, los secretos que permanecen como tal son escasos. Eventualmente, sucede algún pequeño error, alguno de los involucrados habla de más o la mera casualidad lleva a una tercera persona descubrirlo. El caso de Yume fue el último, tratándose de su compañera de cuarto: Makoto. Cuando se lleva toda una convivencia cambiándose de ropa frente a alguien sin problemas y este patrón cambia, la sensación de que algo no va bien es inevitable y, cuando dos personas deben compartir un baño diminuto, mantener la privacidad se convierte en algo complicado. Solo hizo falta que la pelirroja quisiera entrar al lavabo para recoger su sudadera, que se había dejado allí por error, para encontrarse con la tirita en el muslo de la más baja, despertando confusión al instante.

One-shots (2023-????)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora