One-shots (2023-????)

Las últimas navidades

Laesto jugueteaba con su bolígrafo durante la reunión del claustro, poco interesado en las palabras del director. Nunca se le había dado bien prestar atención, en términos generales, cuando era estudiante tampoco se podía decir que les hiciese caso a los profesores, más bien tendía a entretenerse con tonterías o charlar con sus amigos. Era curioso que alguien así acabase siendo docente, pero la explicación era la mar de sencilla: aunque escuchar no fuese su fuerte, le encantaba hablar.

Siempre le había gustado ser el centro de atención, no tenía problemas a la hora de admitirlo porque no consideraba que fuese algo malo. Para él, de hecho, el mundo estaba dividido entre sus semejantes y la gente que quiere pasar desapercibida, estaba más que satisfecho con eso y no creía que ninguna de las opciones fuese negativa. Ninguno de los dos grupos era mejor, desde su perspectiva, solo complementarios. Ambos eran importantes para una buena armonía: la gente que capta el interés de todos necesitaba de los que odian esto haciéndoles caso y para éstos también era indispensable que los primeros apartasen todos los ojos de sí mismos. Prácticamente consideraba su actitud ante la vida una labor social, vaya.

Siendo así, cuando se le exigía sentarse sin hacer nada, lo pasaba mal y le entraba ese ansia de más estimulación mental, de oírse un poco más a sí mismo. Miró a su alrededor, fijándose específicamente en Kanore. No era difícil para él embobarse cuando tenía al albino sentado enfrente, bebiendo un té de hierbas y no parando de hacer muecas porque, de hecho, no le gustaba el té. Lo seguía consumiendo igualmente por cuestiones clarividentes, según él, pero eso no dejaba de hacer tremendamente divertido para el moreno las expresiones de disgusto de su compañero de trabajo, tampoco podía evitar pensar que era adorable. No solo era atractivo, sino que también tenía esos pequeños detalles tan simples y cotidianos que solo conseguían ablandar su corazón, pues solo demostraban con creces que toda su rudeza verbal y actitud fría no eran más que una fachada que ponía frente al mundo, una protección.

Se fijó en sus labios, en el movimiento de su cuello cuando sorbía, en la mano llena de anillos con la que sujetaba su taza... Obviamente, Kanore no era idiota y acabó percatándose de esos ojos verdes que le analizaban de arriba abajo, sacándole el dedo sin miedo porque, al fin y al cabo, así se llevaban. Laesto se limitó a responder con una mueca de ofensa y agarrándose el pecho como si le doliese el corazón, recibiendo en cuestión de segundos un golpe seco en la nuca por parte de Rapsas, que estaba sentada a su lado. Por mucho que fuesen amigos desde que él había empezado a ser profesor y lo bien que se lo pasasen juntos, no se podía negar que la pelirroja era muchísimo más consciente que él de los momentos en los que se debe mantener la seriedad y, si veía que el más joven no era capaz de centrarse solo, no tenía problema en tratar de encauzarle por el buen camino. De formas agresivas, sí, pero se preocupaba por él. Un poco de hermana mayor, si le preguntaban a Laesto, pero tenía sentido si se tenía en cuenta que, de hecho, tenía un puñado de hermanos pequeños.

Trató de buscar consuelo en Lonoro, que se encontraba a su derecha, pero recibió una respuesta automática muy suya: le puso una mano en toda la cara (manchándole las gafas en el proceso, por supuesto), la bajó lentamente y le tiró de la barba. Por un momento, se cuestionó seriamente por qué se relacionaba con gente que le maltrataba de esas formas, pero se le pasó cuando la menor procedió a abrazarle automáticamente después. Correspondió el gesto solo con un brazo, limpiándose las lentes con el final de su jersey y coincidiendo justo con el momento en el que Osnore consiguió decir algo que sí le llamó la atención.

– Entre otras noticias, se acercan las navidades y necesitamos voluntarios para pasar disfrazados por las clases de primaria y parvulario.

– ¡YO, ME PIDO PAPÁ NOEL! – el moreno levantó la mano casi con ansia, lleno de ilusión.