Héroe

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(2029)

Viendo la lluvia torrencial en el exterior, Laesto había preferido terminar el trabajo que le quedaba en su clase en vez de volver a casa directamente. En el centro podía seguir tranquilo a esas horas porque la mayoría de la gente se había ido y no tenía claro si hacía frío fuera, prefería no arriesgarse a comprobarlo hasta el final.

Su sorpresa fue que, una vez salió por la puerta trasera de su clase, se encontró a Meiri. Estaba de cuclillas en el suelo, mirando las gotas caer y protegida por el techo del pequeño pasillo que daba a las clases del propio moreno, Tomoril, Mikigo y Maila. Tenía las manos de forma en la que sujetaba su falda y la barbilla apoyada en las rodillas, tan centrada en lo que fuera que estuviese pensando que ni siquiera se percató en la presencia del docente. No supo por qué, pero le dio por colocarse a su lado, sentándose en el suelo mientras la seguía observando.

No sabía qué le pasaba últimamente, pero la veía tan... ¿Triste sería la palabra correcta? Sentía que había algo más profundo tras esa mirada, algo más pasional. No era un tipo de desdicha indefensa, en la que uno está a la merced del sentimiento en cuestión, en la que se deja hundir y sufre profundamente. No, no podía ser eso porque había algo en la albina claramente determinado, una especie de inspiración extraña que no podía comprender sin saber cuál era la causa de su dolor inicial. Siendo ella, podría ser cualquier cosa. No era raro que le diesen épocas tristonas, tampoco era como si fuese una persona que estuviese normalmente de buen humor. No, Meiri era una chica muy seria, siempre paseándose con caras largas y melancólicas, perdiéndose en sus pensamientos o gritando en sus clases de valores y filosofía al defender ardientemente sus creencias. Vivía en la dicotomía de impasibilidad y ardiente rabia simultáneas, ese aspecto de su personalidad siempre había sido una de las cosas que más llamaban la atención del de gafas. Le gustaba que ella fuese así, que dentro de lo correcta que era académicamente también fuese rebelde a la hora de defender lo que consideraba justo.

En un movimiento no muy pensado, llevó uno de sus dedos justo debajo de la nariz de la de coletas y acarició la zona con cuidado, aprovechando que era de las pocas personas por las que ella se dejaba tocar y su rostro la única parte de su cuerpo con piel al descubierto. La respuesta no fue sorprendente: el primer instinto de ella fue intentar morderle. Nunca entendería por qué, pero desde que era pequeña tenía una fijación por tratar de darle los mordiscos más dolorosos que había sentido en su vida por parte de un ser humano, su mandíbula era una cosa terrorífica y por eso se apartó a la mayor velocidad que pudo. Hicieron contacto visual, no parecía que Meiri tuviese intenciones de hablar. De hecho, daba la impresión de que estuviese esperando una explicación por parte de él, lo cual consiguió sacarle una sonrisa.

– ¿Por qué estás aquí todavía?

– No he traído paraguas. Me he olvidado.

Asintió levemente con la cabeza, el pequeño detalle de que estuviese tan despistada durante las últimas semanas tampoco le ayudaba a no preocuparse por ella. Era muy raro que hasta cosas tan nimias se le escapasen, era del tipo de persona que siempre tiene un ojo puesto en todo y, sin embargo, se había dejado el paraguas en casa...

– ¿Y Arita? Ahora vivís juntas, podrías haberte ido con ella... – no podía negar que le alarmaba la idea de que la mejor amiga de la albina la hubiese dejado tirada.

– He ido a la torre, pero para entonces ya estaba cerrada. Kanore hace lo que le da la puta gana siempre, supongo que hoy ha decidido terminar las clases antes... – se encogió de hombros, frunciendo un poco el ceño.

– ¡Ay, tu hermano...! – suspiró con cierta angustia – Osnore le da demasiadas libertades para lo aprovechado que es, ¿eh?

– Y además de verdad: entre que él mismo admite lo poco que le gusta trabajar y que es el dueño absoluto de los horarios de las aspirantes, todo mal.

One-shots (2023-????)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora