SOLSTICIO DE VERANO VII.

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Aquel día me desperté desorientado, sin ser consciente de dónde me encontraba hasta estirar mi cuerpo y abrir los ojos. Estaba solo en el salón, lo que significaba que los demás ya estaban despiertos.

—Te iba a despertar ahora —dijo una voz a mis espaldas. Era Jeremy.

Me giré y le miré. Automáticamente, recordé cómo me había quedado dormido la noche anterior y la cercanía del cuerpo del rubio al mío. Volteé rápidamente mi cabeza, quitándole la mirada, y asentí. Era bastante incómodo. Él estaría de lo más normal, ya que estuvo dormido, pero sentir su respiración golpeando mi cuello, y sus piernas rodeando la mía, me había hecho sentir muy nervioso.

—El desayuno estará listo en cinco minutos —volvió a hablar.

—Vale, voy —respondí sin mirarle a la vez que me levantaba.

Desayunamos bastante fuerte. Cody y Will habían preparado cereales y tostadas. El rubiales había hecho tortitas y, cuando puso el sirope de arce delante mía, me conquistó. Le dediqué una sonrisa, a lo que él soltó una carcajada y volvió al frigorífico para coger mantequilla y las diferentes mermeladas preparadas por su madre, las cuales estaban deliciosas. Cuando terminamos y recogimos el salón, Cody propuso que jugáramos un rato al baloncesto en el patio trasero. Nos pareció buena idea, así que subí hasta el armario del pasillo de la planta de arriba, donde había guardado toda mi ropa el día anterior. La cogí y me di cuenta de que, a mi izquierda, había una puerta entre abierta. La curiosidad me pudo, así que fui a investigar qué había, encontrándome con una habitación; la del rubiales. Era bastante grande, no tanto como la mía, pero estaba muy bien para una sola persona. Las paredes eran azul claro y el techo blanco. A la derecha de la puerta había un armario empotrado y, en frente, al final de la habitación, un gran ventanal. La cama estaba debajo de este, pegada a la pared, y un escritorio a la izquierda seguido de una estantería.

Observé con curiosidad el dormitorio y me adentré un poco más en él. Entonces, vi unas fotos en la estantería y me acerqué para observarlas mejor. En una de ellas estaba el rubiales con un grupo de amigos, todos bastante sonrientes. En otra aparecían Cody, Jeremy y su madre rodeados de algunas personas que deduje que podrían ser su familia. La última era una foto del rubio de pequeño en brazos de un hombre. Este estaba riéndose, mirando cómo Jeremy, vestido de lo que parecía una equipación, alzaba una copa en una mano.

—¿Nunca te han dicho que entrar sin permiso en las habitaciones ajenas es de mala educación? —preguntó de repente una voz que identifiqué como la de Jeremy y que hizo que me sobresaltara.

—Lo siento, me pudo la curiosidad —contesté, girándome hacia él mientras se acercaba a mí.

—Es mi padre —dijo, señalando la foto que estaba mirando—. Ese día mi equipo y yo ganamos el torneo de fútbol de mi ciudad —volvió a decir con una sonrisa y sin dejar de mirar la foto.

—Vaya, así que eras bueno en un deporte, eh —contesté algo incómodo, provocando que me mirase con los ojos entrecerrados—. Es broma —reí.

—Eran buenos tiempos —suspiró, sentándose en su cama.

—Oye, si no te importa... ¿Qué le pasó a tu padre? —pregunté no muy seguro—. Si no quieres contármelo no pasa nada —me senté junto a él.

—Da igual —me miró y, tras unos segundos de pausa, comenzó a hablar—. Mi padre era fotógrafo. Tenía un estudio y, según su fama, era bueno en lo que hacía. No teníamos una fortuna, pero vivíamos bien —se frotó los ojos con dos de sus dedos y siguió—. Hace cuatro años, en una revisión médica, le detectaron cáncer de páncreas. No podían operarle, por lo que empezaron a darle quimioterapia. El primer año fue bien, pero el cáncer no se había reducido nada, al contrario, se extendió hasta llegar a sus intestinos y vejiga —suspiró—. Hace dos años, un mes antes de morir, le dijo a mi madre que ya no tenía ganas de luchar más, pero que no nos dijera nada a mí y, mucho menos, a Cody. Ese día que estaba hablando con mi madre, yo fui a visitarle y escuché la conversación tras la puerta antes de entrar. Así que decidí aprovechar cada minuto con él, ya que no sabría cuándo sería el último y, al mes siguiente, murió —el rubio apoyó sus manos tras su espalda, en el colchón de la cama, y alzó su mirada al techo.

SEASONS; Un Amor A Través De Las EstacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora