19. Infierno

40 5 0
                                    

Está hecho.

Se deleitó con el mensaje que recibió. Solo dos palabras que lo significaban todo. Había sido avisado de los movimientos de cada uno de sus hombres y todo estaba fluyendo tal como lo esperaba. Había esperado ese momento desde hacía mucho y era realmente gratificante.

Agarró la coleta de la mujer que tenía entre las piernas y detuvo el movimiento de su cabeza, manteniéndola muy pegada a su entrepierna que, después de varios espasmos, explotó en la boca de la rubia. Él echó la cabeza hacia atrás mientras recuperaba el aliento, la soltó y ella se levantó.

—Creí que ibas a follarme.

Él la miró de reojo. Ella estaba completamente desnuda, con sus exuberantes senos expuestos y sus pezones erguidos. La sonrisa lánguida de la mujer le incitaban a continuar, pero sabía que no debía, no en ese momento cuando tenía otros asuntos que atender. Recorrió su cuerpo, con finas curvas que terminaban en un par de piernas torneadas. Se le secó la boca, quería probarla. Su miembro aún se mantenía firme, listo para adentrarse en el cuerpo de la mujer que un par de horas antes había llegado a su vivienda como regalo de parte de un amigo.

Sí, la aprovecharía.

Saciaría las ganas que tenía.

Se alzó sobre sus pies, frente a ella. Le llevaba varios varios centímetros de altura. Rodeó la fina garganta de la mujer con su mano y la pegó a su boca. La invadió con su lengua mientras con su mano desocupada tocaba las partes más sensibles de ella hasta hacerla gemir.

Pero el momento se vio interrumpido cuando los azotes dados a la puerta de su casa retumbaron hasta su habitación.

¿Quién mierda se atreve a golpear de esa manera?, pensó él.

Apartó a la mujer sin un toque de delicadeza, se enfundó con su pantalón que había dejado en la cama en cuanto la mujer lo deshizo de él, y con su arma en la mano y su celular en el bolsillo del pantalón, se encaminó hasta la puerta, listo para echar a balazos a quien quiera que irrumpiera su hogar.

La mujer permaneció en la habitación, haciéndose con la gabardina con la que llegó, y buscando sus demás prendas. No le importaba que interrumpieran en su trabajo, mientras ella siguiera en ese lugar, su contador seguía corriendo. Era dinero seguro. Al agacharse y recoger sus bragas de encaje, se dio cuenta que la alfombra gris de la habitación tenía un corte curioso en forma de cuadrado y un hilo transparente sujeto a la misma alfombra.

Lo ignoró y siguió con sus asuntos. Sabía perfectamente quienes eran sus clientes aunque no indagaba en la vida de ellos. Todos eran cortados con la misma tijera, como decía su madre. Los que llamaban a la agencia para la que trabajaba y la pedían a ella, se movían dentro del mismo círculo social, practicando las mismas actividades extracurriculares de las que ella prefería mantenerse al margen. Mientras le pagaran tan bien como lo hacían, la ignorancia sobre los secretos que guardaban debajo de la cama era su paraíso.

Él, mientras tanto, recorrió su pasillo hasta la entrada pero se detuvo en cuanto unos disparos atravesaron la puerta en la zona de la perilla y esta se abrió en automático.

Entonces, descubrió a la persona del otro lado de la puerta. No sabía cómo sentirse al respecto. Por un lado, enojado por la osadía, pero por otro, satisfecho de haber logrado desestabilizarlo. Porque sabía que ese hombre, quien avanzaba con claras intenciones de matarlo, estaba fuera de sí. Punto para él.

—Tú, hijo de perra —lo acusó el intruso a la vez que se le abalanzaba encima y le encestaba su puño en el rostro.

No se defendió, ni siquiera con el siguiente golpe.

Operación Bloqueo [Operaciones Especiales #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora