25. Presidente

35 5 2
                                    

Cayden, furioso, cerró la llamada que mantenía con Jay, su mano derecha. Hervía de la ira por lo sucedido en su trabajo, pero fue peor con la noticia que acababa de recibir. Sin embargo, eso le daría una buena excusa para desquitarse aunque en realidad no necesitaba una. Estaba seguro de que su situación actual no duraría mucho. Derribaría al director Greene y recuperaría su puesto. No. Lograría algo mejor. Por lo pronto, se encargaría él mismo del traidor.

Pequeños destellos de su pasado se hicieron presentes en su cabeza. Todas las humillaciones, las burlas, los comentarios racistas que, si bien había aprendido a ignorarlas, cada una de ellas se convirtió en una espina clavada en su alma que solo hizo mella para no albergar ningún otro tipo de sentimiento que no fuese odio.

Conduciendo su auto, a medio camino de su destino, su teléfono sonó.

Cade, me acabo de enterar de tu suspensión...

Sus manos apretaron con fuerza el volante, sus nudillos se tornaron blancos con ello.

—Vete a la mierda, Charlie.

Y cerró la llamada. No estaba de ánimo para escucharla, ni a ella ni a nadie relacionado con su vida pública. Apagó el celular y siguió conduciendo.

Las personas como tú no deberían estar aquí.

No sirves para nada.

Tu raza debería volver a limpiarnos las botas.

Cierra el pico, negro idiota.

Una y otra vez se repetían esas palabras que escuchó en tantas ocasiones durante la peor época de su vida: la secundaria, y las subsecuentes a ella. Fue su alivio cuando consiguió su diploma y se libró de los bravucones que todos los días le hacían la vida de cuadritos. Pero eso lo llevó a enfrentarse a idiotas peores que esos adolescentes precoces con aires de superioridad.

¿Su pecado? Ser de un color de piel diferente al de los demás. Ser negro en aquella escuela repleto de blancos era un infierno cuando todos cerraban los ojos. ¿Era el único? Por supuesto que no, sin embargo, el que otros lo pasara igual o peor que él no lo hacía sentir mejor.

Solo hubo una persona que le ayudó a sobrellevar esos malos ratos, quien también recibía humillaciones, y ahora él acababa de mandarla a la mierda. No se sentía feliz por eso pero no quería verla. No quería escucharla. Charlie no solo le recordaba a esa persona buena y deseosa por demostrarle al mundo que era más que un negro mediocre, lo que él solía ser, sino que representaba a ese entorno que lo terminó de hundir en la amargura. Si la veía, explotaría, y no quería acabar con lo único que lo mantenía a raya con su humanidad casi inexistente.

Estacionó el auto donde debía. Ni siquiera era consciente de cómo pudo llegar estando tan perdido en sus recuerdos.

Azotó la puerta al bajar y se encaminó hacia el subterráneo del solitario edificio. A medida que avanzaba, los quejidos se escuchaban con mayor claridad. No se sorprendió, pues era lo que esperaba encontrar al entrar a esa recámara blanca en su totalidad.

Una luz amarilla caía sobre la cabeza de un hombre con nariz rota y sangrante. Se encontraba de rodillas con las manos atadas a su espalda. Este, en cuanto lo vio, su rostro trigueño palideció. Miró al corpulento hombro y negó con la cabeza, como si pidiera que lo matara antes de encontrarse con su trágico final.

—Buen trabajo, Jay —le dijo el recién llegado al que sometía al indefenso.

—Por favor, señor, yo no fui. Yo no hice nada, déjeme ir.

Cayden le extendió la mano a Jay, y este le entregó un bastón negro antes de dejarlo solo en ese salón. La empuñadura del bastón era de mármol y tenía la forma de la cabeza de un animal, con ojos rojos rojos y colmillos teñidos del mismo color. Lo había mandado a fabricar especialmente para él, y en ocasiones lo guardaba en su casa, otras en ese lugar al que nadie podía acceder sin su autorización, el mismo donde tantas vidas había arrancado.

Operación Bloqueo [Operaciones Especiales #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora