28. Un conserje peculiar

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La puerta de salida de emergencias se abrió por empuje que un joven pelinegro y trigueño realizó desde el exterior del edificio. Este avanzó por el pasillo e ingresó a la primera puerta que encontró casi llegando al final.

Tanteó la pared en cuanto cerró la puerta tras de sí y encontró enseguida el interruptor. Entonces, se dio cuenta que había entrado a un cuarto de servicio. Tomó un par de bocanadas en un intento de disipar los nervios que le provocaba la locura que estaba realizando.

En ese momento, fue como si una luz se encendiera en su cabeza. Una idea. Algo loca, por supuesto. Correría riesgos si lo descubrieran, pero le serviría. Después de todo, haría todo muy rápido. Nadie va a notarme, se repitió una y otra vez mientras buscaba entre las repisas y los cajones algo que le sirviera.

Después de varias puertas abiertas, y repiseros revisados, encontró un overol azul y desgastado. En las rodillas apenas se notaba el color y las mangas estaban roídas. Incluso le quedaba demasiado grande para su baja estatura.

Se quitó la sudadera con capucha, pero dejándose la gorra que cargaba, y la guardó en la mochila negra que cargaba en la espalda. Se enfundó con el traje que encontró y volvió a verificar lo holgado que le quedaba; se tragó una risa por ello.

En la esquina del cuarto, encontró un carrito de limpieza dividido en dos compartimentos: el primero y más cercano era para la basura y polvo que barrieran y recogiera, el segundo contenía un líquido de un color muy turbio y desprendía un olor desagradable, una mezcla de desinfectante, cloro y algo más que él prefería no saber.

Sacudió su cabeza y decidió usarlo a su favor. Tenía un destino al cual llegar y eso le serviría.

Colocó una escoba en el cubículo seco, mientras que el trapeador en el siguiente. Metió su mochila en el lugar seco muy a su pesar; amaba esa mochila. Aferrando sus manos en el soporte del carrito amarillo, se dirigió a la puerta, pero momentos antes de abandonar el cuarto, acomodó su gorra para que la vicera ocultara parte de su rostro; entonces, salió.

Con mirada gacha y procurando no mover rápido sus piernas, avanzó hasta el primer ascensor que visualizó

—Eh, ¿a dónde crees que vas?

Lo detuvo un hombre casi el doble de su tamaño, o al menos así lo veía al gigantón de traje negro y con la insignia de uno de los edificios más caros de Nueva York. No lo miró a los ojos, le aterraba que el tipo se diera cuenta de lo que él y la situación le provocaba.

—Solo iba a hacer mi trabajo —respondió con un acento marcado que le resultó muy extraño al grandote.

—Sí, ya vi, —masculló el hombre con desprecio— pero el ascensor para los empleados de servicio está por allá —y señaló hacia un pasillo que se extendía junto a la mesa de recepción.

—Lo siento, soy nuevo aquí —mintió y se alejó enseguida.

Soltó el aire aliviado al verse en el interior del corto pasillo que terminaba con un par de puertas plegables pero extensas. No lo detuvieron de nuevo, eso ya era un punto a su favor. Ingresó cuando el ascensor llegó a la planta baja, y presionó el botón que lo llevaba al piso que deseaba.

No sabía si los ascensores tenían cámaras, por lo que procuró mantener la mirada hacia el suelo mientras tarareaba la molesta canción de espera hasta que, por fin, el pitido le indicó que había llegado.

Empujó el carrito fuera y se encontró en un amplío recibidor con un par de mesas altas pero angostas y circulares a los costados. Las paredes tenían tapiz de color sobrio y elegante y en cada esquina encontraba un florero con plantas de interior que le daba un realce fino. De repente se sintió fuera de lugar, pues él sabía que jamás podría permitirse estar en un lugar así, ni siquiera de visita, solo como un vil ratero.

Operación Bloqueo [Operaciones Especiales #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora