53. El último mensaje

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El enfoque de la cámara estaba dirigido al suelo. No se veía más que polvo y un piso de concreto corroído y se escuchaba unos murmullos de dos personas casi inentendibles hasta que uno de ellos pronunció:

¿Está listo, senador?

En realidad no, pero es lo que debo hacer. Mi nación lo merece —respondió la inconfundible ronca voz del senador Ethan Hilligan, aunque en esa ocasión se escuchaba más grave de lo que la gente recordaba. Como si estuviera herido de las cuerdas vocales.

Muy bien, señor. Empezaremos a grabar en 5... 4...

Entonces, la mira de la cámara se alzó, mientras la voz misteriosa seguía contando, permitiendo ver al senador Hilligan, más delgado que antes y demacrado. Aun cuando vestía un traje gris y mantenía su cabello perfectamente peinado hacia un lado, Ethan Hilligan presentaba una desmejoría que solo la prisión pudo provocarlo. No obstante, aquellos que presenciaban la grabación se preguntaban cómo era posible puesto que era de conocimiento público la muerte del mismo hombre hacía dos años.

—Tres... Dos... y...

Ethan mantenía sus dos manos al frente, aferradas las una a la otra, con un movimiento casi imperceptible al estrujarse los dedos con nerviosismo.

El hombre se aclaró la garganta, y con la mirada fija en la cámara, abrió la boca:

—Buenos días, ciudadanos de los Estados Unidos de América. Les saluda Ethan Hilligan, eterno senador por el estado de Oregon. Si están viendo esto es porque estoy muerto y el único culpable de ello es el FBI.

»Hace dos años fui inculpado y enjuiciado por un delito que no cometí debido a que el FBI, o mejor dicho, su actual director general, Nathan Greene, siempre busca cubrir los huecos que él mismo abre. Uno de ellos, para empezar, la muerte de una mujer inocente, pues la negligencia del aquel entonces, Agente Supervisor Greene, no le permitió admitir que había apuntado al objetivo equivocado, terminando así con la vida de una civil, esposa, madre, amiga y con la carrera de un buen hombre que fungía como agente en entrenamiento.

»Crimen tras otros le fueron sucediendo, arrastrando a cuántos cómplices contribuyeron a su encubrimiento. Una de sus víctimas fui yo. Acusado por pederastia cuando lo único que quería era conseguirle un hogar digno a aquellos menores desvalidos. Nathan Greene, con su ambición por conseguir un logro desde su silla de director, necesitaba al menos un crimen de Alto Perfil resuelto para que el Presidente de nuestra amada nación no lo sacara de allí.

Cada palabra parecía estar llena de una impotencia tal que se reflejaba en sus ojos cansados. Los televidentes se preguntaban qué tanto había visto y padecido para que ese hombre estuviera en ese estado, peor aún, diciendo aquellas cosas en contra de una institución a la que él apoyó en el pasado.

»Por eso fui llevado a prisión. Por eso fingieron mi muerte y me mantuvieron recluido en una celda secreta por más de un año donde me sometieron a torturas de todo tipo, tanto psicológicas como físicas y sexuales.

Una vena latiendo en su frente se hizo visible, así como el estremecimiento que le recorrió al ex-senador del estado de Portland. Sus palabras dejaron sin aliento a todos los que veían y una sonrisa se dibujó en el rostro de una persona en particular.

»No, no me avergüenza admitir esto último, porque ya es momento de que el país sepa quiénes son realmente los que juran proteger a los civiles y respetar la ley. Ellos, el FBI, son embusteros, corruptos, y criminales. Empezando por la cabeza.

»Ahora, estoy muerto, y con mucho dolor debo despedirme de esta forma de mi familia, mi esposa, mis hijos, sin siquiera haber podido abrazarlos por última vez desde aquel momento cuando la jueza dictó sentencia. Los amo.

Un par de lágrimas cayeron por las mejillas del orador que no se preocupó por ocultarlas.

»Y a quienes me han seguido y compartido mis ideales, sepan que su fidelidad no ha sido en vano como ellos quisieron hacer creer —Una sonrisa se dibujó en el rostro del fallecido senador—. Hasta nunca.

Las pantallas de más de medio país se tornaron negras, luego una intermitencia, y enseguida los rostros de los periodistas de sus respectivos canales tomaron el control de las noticias, algunas adelantadas a su horario regular, pero interesados en comentar sobre lo sucedido.

Solo una televisión se apagó, aquella persona no dejaba de sonreír.

Operación Bloqueo [Operaciones Especiales #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora