31. Redención o Castigo

36 5 2
                                    

Frank caminaba por la acera tarareando una melodía que le recordaba mucho a su mamá. Era una canción que ella solía cantar cada vez que cocinaba algo especial cuando era niño, un pasillo ecuatoriano que, con el pasar del tiempo, se quedó grabado en la memoria del pequeño Francis, como su madre le decía. Podrían preguntarle las tablas de multiplicar, y a duras penas podría resolver la tabla del 1, sin embargo, esa canción se la sabía de cabo a rabo como las demás del mismo compositor Julio Jaramillo.

Regresaba animado, lo que más él se permitía estar a pesar de la situación en la que se encontraba, pues podía permitirse una cena decente con su hermano mayor. En esa ocasión, él había quedado en ir a comprarla. No quería correr el riesgo de pedir a domicilio, y aunque le habían prometido que en ese barrio estaba seguro, que ningún policía ni federal lo encontrarían, no se confiaba. Frank esperaba a la más mínima oportunidad para poder huir.

Al llegar a la puerta metálica y descolorida de la entrada principal, se sorprendió al encontrar las luces apagadas. A Fernando no le gustaba estar a oscuras. Vivir en las penumbras de las prisión, sumado a todo lo que vivió allí adentro, había un trauma arraigado en su hermano. Incluso dormía con la luz de la habitación encendida, pues decía que, de otro modo, no podría ver cuando alguien entraba a su celda para hacerle huevadas.

Dejó a un lado la aprehensión y entró a su hogar.

Todo estaba absolutamente a oscuras. Ni siquiera la habitación del cuarto que compartía con Fernando estaba encendida. De pronto, se encontró preguntando si su hermano estaba en el baño o habría salido.

Avanzó a tientas hasta llegar a la única mesa de plástico que tenían y usaban para comer o cualquier otra actividad, como jugar cartas. El lugar no era muy amplió, casi como una casa de muñecas, pero tenía lo suficiente para sobrevivir a un apocalipsis zombie. Un sofá rasgado y muy apestoso, aún con todos los desinfectantes que le echó encima al lavarlo. Un televisor pequeño que podía sintonizar cualquier canal gracias a una antena que poseía y funcionaba con baterías descartables, lo cual era un alivio porque tenía que algo mayor tecnología pudiera ser hackeado por el FBI. También tenía una cocina eléctrica sin horno, y un congelador en el que apenas podía guardar un par de botellas de agua o cervezas.

Dejó sobre la mesa las bolsas en las que llevaba las cinco hamburguesas que compró para ellos dos y el six pack de cervezas que, gracias a su identificación falsa, pudo comprar sin impedimentos. Tal como entró, avanzó hasta la pared donde se encontraba el interruptor de su sala-comedor-cocina y encendió la luz. Entonces, sintió a alguien detrás de sí.

Siempre fue un creyente de las cosas paranormales. Le gustaban las películas de terror aunque nunca se asustaba. Algunas veces, esperaba que algo de origen fantasmal le sucediera y, en ese momento, no podía creer que se tratara de eso. Sintiéndose como protagonista de una de sus películas favoritas de fantasmas, se dio la vuelta, pero lejos de encontrar algún espectro, lo que vio fue más atemorizante que cualquier ente sobrenatural.

La mirada gélida y arrogante del agente Dmitri Hopkins solo lo llevaron a pensar en una cosa: si él había dado con su pequeño refugio, eso solo podría significar que su integridad y la de su hermano no estaban a salvo.

—Hola, Frank, ¿cómo va todo?

Y sin esperar ninguna respuesta, su intruso lo golpeó en el abdomen. Frank estaba tan sorprendido que no pudo esquivarlo. Cuando se dobló por falta de aire, el agente Hopkins lo agarró del cuello y de nuevo lo golpeó, esta vez en el rostro. Entonces, Frank reaccionó, le devolvió el gesto, que su atacante detuvo. Por un momento creyó escuchar sus huesos crujir, le rompería la mano, pero Hopkins lo soltó enseguida para luego estamparlo contra la pared.

Operación Bloqueo [Operaciones Especiales #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora