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Para Lily La Casa de Brooklyn era... curiosa y eso lo pensaba a pesar de haber vivido buena parte de su vida entre la Mansión Malfoy y el número 12 de Grimmauld Place. Ambas eran mansiones encantadas con muchos secretos que, todavía después de años, sus padres no habían podido terminar de encontrar, por eso era divertido quedarse en casa, porque siempre había algo más que ver y descubrir. A Albus eso le gustaba mucho, especialmente el encontrar pasadizos secretos, y a James le gustaba saber sobre esos pasadizos para escabullirse por ellos y hacer alguna broma a los elfos o a sus padres. Scorpius, siendo el más tranquilo entre ellos, prefería sólo tomar nota de todo lo que encontraban, intentándolo ligar con su historia familiar, porque no era algo de lo que sus padres hablaran mucho con soltura, a pesar de que se supone que eran descendientes de brujas y magos increíbles. A Lily sólo le gustaba acompañarlos, le gustaba ver cómo se emocionaban, cómo mencionaban planes, hacían conjeturas y la incluían en sus juegos.

Ahí no había retratos que te siguieran con la mirada o que te insultaran entre murmullos en el mejor de los casos (era joven, no sorda, y era una lástima que la mayoría de los retratos fueran de antepasados a los que no les caía muy bien. Tal vez también estaban molestos por estar guardados en una pequeña habitación oscura y lejos de lo demás). Ni siquiera había violentos pavos reales alvinos, sólo babuinos malhumorados que querían jugar al básquetbol y, además, adoraban los Cheerios con locura (Lily creía entender la razón de la emoción tras probarlos por primera vez allí mismo).

A decir verdad, no entendía el porqué de tantos babuinos. ¿Acaso tenían habilidades especiales que no sabía o se usaban para pociones? Los pavos reales albinos de los Malfoys eran así. O eso le había dicho Scorpius alguna vez. En su estancia ya había peguntado sobre eso anteriormente. La chica rubia con gentil rostro, quien disfrutaba de peinar su cabello durante el día (las veces que se lo pidiera), sólo se había reído y negado, sin contestar nada en concreto (era joven, no tonta, pero tampoco adivinaba qué querían decir esos gestos extraños). Walt, en cambio, le explicó que los babuinos eran un animal sagrado de Tot, por lo que les daban asilo por petición de los estudiantes de su senda.

Ah, sí, también estaba eso. ¿Acaso los americanos estaban divididos por "sendas" y no por casas como en Hogwarts? Qué raros eran. Además, los nombres de éstas. Tot, Isis, Horus, Neftis, Osiris... eran muchas sendas. ¿Para qué necesitar más de cuatro? ¿Qué tanto indicaban de uno estar en una u otra? Lily no lo entendía.

Tampoco entendía cómo lidiar con la presión que tenía en el pecho cuando tenía que dejar de jugar e irse a dormir. Lily odiaba las noches de forma especial, empezando porque despertaba abruptamente y no sabía a dónde dirigirse más allá de hacerse bolita entre las cobijas y las almohadas y llorar. Las primeras Walt estuvo con ella, consolándola, pero, más tarde... La dejó en una habitación propia enfrente de la de él y eso la hacía sentir mal.

Papá Harry no estaba ahí para resguardarla, para cantarle canciones mientras se tranquilizaba, ni estaba James o Albus para que ella se colara en alguna de sus habitaciones y les pidiera un abrazo. Ni siquiera estaba su mamá, quién, cuando estaba en casa, le preparaba un bocadillo nocturno y la abrazaba en el sofá hasta que volviera a dormirse.

Extrañaba a su familia cuando se iba a dormir, mas, cuando lo lograba era peor.

Así que esa noche se convenció que no dormiría.

No importaban cuántos bostezos diera al aire.

—Creo que ya fue suficiente por hoy, ¿no lo crees, pequeña? —Ni qué tan suave y arrulladora podían ser las agradables palabras de Walt.

En cuanto el chico intentó tomarla para ayudarle a levantarse del suelo, Lily se removió y se alejó, pateando unas figurillas en su camino. Esas últimas horas se había dedicado a jugar sola, como a veces le gustaba hacer, especialmente si James y Albus estaban de pesados y comenzaban a ser demasiado bruscos para que ella se sintiera cómoda con ellos. Las estatuillas de yeso se las había topado en una caja roja en la habitación de Sadie poco después de que habían ido a buscarla esa tarde, gracias a su insistencia. Lily entendió tarde que Sadie se había ido sin ella. No importó cuánto lloró o pataleó, Walt no quiso decirle dónde estaba ni llevarla con ella.

ColisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora