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Las cosas pasaron muy rápido ante los ojos de Percy. Estaba cayendo, adolorido por un golpe que le había asestado una de las raíces de Perséfone, alejándolo de Contracorriente, clavándosele en la piel y empujándolo al mármol que no estaba roto. Seguro que el golpe estaba planeado simplemente para ser asestado una vez y dejarlo inconsciente a la fuerza.

Perséfone se había permitido juguetear un rato con él y sus palabras mordaces, pero, todo ello en conjunto hizo que perdiera la paciencia. Percy no conocía esa parte de ella, su lado más temperamental, nada sumiso en comparación a la única vez que la vio junto con su esposo. Era, en realidad, la primera vez en que se enfrentaba a ella de esa forma.

Ares era una cosa. Ares era el dios que amaba el simple hecho y la acción de la lucha, por eso, aún cuando era un niño, había podido establecer una pelea con él (además de que estaba cerca del territorio de su propio padre divino, cosa que le dio cierta protección). Hubo otros dioses menores frente a él antes, también, todos ellos con egos grandes y torpes ganas de demostrar que eran mejores, con algo de trabajo en equipo pudo vencerlos. Mas, ningún (otro) olímpico estuvo empuñando armas en su contra. Además, Perséfone ni siquiera era una olímpica, pero, su furia parecía más cercana al desprecio de Hera hacia los hijos de su marido, como Thalia... como Jason. Era una furia palpable que estaba dispuesta a destrozar todo cuando se le colmaba la paciencia. Lo sintió en el aire y en el cuerpo en cuando entendió que la ponzoña de la planta le atravesó la piel.

Percy tenía la creencia de que salvar la vida de una persona era algo que debía de hacerse, pero, que también permitía que tuvieran una conexión con ella. Mantuvo conexión con las personas a las que salvó alguna vez a lo largo de los años y más de una ocasión, tenerles de su lado, fue un gran beneficio. Pero, en esa ocasión estaba dispuesto a dar más, porque debía de salvarlo, no porque era un ser humano como cualquier otro, sino porque nunca se perdonaría que Nico muriera por su culpa. No después de tanto. No después de ello.

La caída se le estaba haciendo eterna, mejor aprovecharla. Se metió una mano en el bolsillo, con la esperanza de volver a encontrar a Contracorriente en ella, mas, encontró algo diferente.

Algo hizo clic en su cerebro.

—¡Perséfone! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Está bien! ¡Te diré dónde está!

La caída se detuvo de forma abrupta a unos cuantos centímetros de que su cabeza diera contra el suelo. Eso había no sólo dolido mucho sino hecho demasiado daño.

Percy abrió los ojos, parece ser que en algún momento los cerró, cosa que ni siquiera registró. Tuvo que parpadear al sentir el aire pasar frente a ellos. Sabía que estaba siendo arrastrado de nuevo cerca de la diosa.

Sus manos se mantuvieron en sus bolsillos, tanteando. Si Annabeth estuviera ahí (y no estuviera tan en riesgo de que lo aplastaran contra el suelo) seguro se burlaría de él diciendo que podía ver el humo que le salía de la cabeza por pensar. Por supuesto, Percy era más bien conocido por no tener planes que no fueran cosa que se hiciera sobre la marcha. Eso era su especialidad, improvisar lo que se tenía a la mano.

Las raíces lo tenían preso exactamente por las piernas y un costado, el cual decidió ni siquiera verse, sabía que sería asqueroso ser consciente de cómo se veía su carne siendo atravesada por ella. Así que se centró en otra cosa, menos asquerosa, aunque no por mucho. El rostro de Perséfone era blanco de una forma que sería relacionado con enfermedad si es que algún ser humano lo tuviera, pero, en ella quedaba perfecto junto con el realce que les hacía a sus ojos oscuros. Para ser pleno verano, estaba siendo demasiado fantasmagórica.

—Sin ofender, pero, ¿no has pensado broncearte un poco bajo el sol? Tal vez así que te dé un tono más normal... o más verde.

La mujer frunció el ceño.

ColisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora