05/03/2016
Créditos al autor: Anónimo
Sakura nadó con la velocidad de un huracán.
El viento golpeó sus mejillas, y el sol bañó su cuerpo con tanta calidez que se sintió tan viva como nunca antes. Cuando llegó a la costa de una vieja cueva, donde la marea subía y golpeaba bruscamente, ella se sentó al filo de una roca y miró nuevamente aquel cielo despejado y brilloso, como una mañana primaveral, que en lo alto se perdía de tan hermoso día. ¡Oh grato cielo, tan brillante como su sonrisa!, Sakura bajó la mirada y se observó en el reflejo del mar; se vio a ella, con los ojos esmeraldas aperlados y la sonrisa brillosa como el sol, vio su cuerpo desnudo y su cabello color rosa cayendo como espuma de mar al aire y, por sobre todo, miro su cola a lo largo, de tono verde-opaco, tan larga que la punta tocaba las aguas agitadas.
Y en aquella mañana tan esplendida, se sintió tan orgullosa de ser una sirena, galopando contra corriente en la superficie de su hogar. Aunque aquello estuviera prohibido y seguramente su padre la regañase por tal descaro y falta, pues según él, era una zona peligrosa y maldita, era como las aguas oscuras de la bruja del mar.
Pero ella no miraba el peligro ni lo horrible, al contrario, en la superficie Sakura descubría un nuevo mundo, lleno de color y vida; una vida muy peculiar en aquellos seres semejantes a ella, pero con piernas. Su padre los llamaba monstruos, ella les decía humanos. Humanos extraños y divertidos, que hacían cosas grandiosas con un poco de metal y fuego.
Muchas veces subía a la superficie a la costa, cerca del pueblo humano que habitaba al otro lado, y miraba. De vez en cuando tomaba uno que otro objeto lo suficientemente maravilloso como para que valiera la pena, y en otras ocasiones, las mareas se lo llevaban al fondo del mar. De hecho, en aquella cueva, ella guardaba sus más preciados objetos. Eran su tesoro, eran su vida...
Sakura se sumergió y entró a la cueva por un agujero de la roca en la parte baja. Allí guardó un collar de perlas y un tenedor, no sin antes probarse el collar como una corona ante un pedazo de cristal que de igual manera guardaba. Era su único espejo, donde cada mañana se asombraba al ver su reflejo. Y siempre se sorprendía de quién era, cada día, como si fuera su madre. La reina tritón.
Luego de mirarse y acomodar todo, Sakura regresó a su casa. Nadó tan veloz como pudo y al entrar en los dominios de su padre, bajó la velocidad para simular siempre haber estado allí, pues sino su padre se enfurecería como nunca en la vida y eso le podría costar su colección en la cueva.
Para la noche, ella ya estaba junto a sus cinco hermanas, cantándole a la luna, y sentadas a un lado del trono de su padre, como princesas del mar, como doncellas de la noche.
--¿Y qué te dijo?—Preguntó Ten Ten con cierto entusiasmo.
Ino emboscó una tierna sonrisa que brilló aun en el fondo del mar, tomó asiento sobre un hongo marino, y miró a sus cinco hermanas, casi todas acomodadas y evidentemente emocionadas, con excepción de Sakura, cuyo rostro se limitaba a mirar el infinito mar que se extendía sobre ellas. Ella estaba ansiosa, contenta, cautivada, rápidamente extendió su mano y en uno de sus delgados y largos dedos, mostró una hermosa joya azul marina.
--Que si quería ser su princesa.
Todas las hermanas gritaron de alegría y movieron sus colas con tanta emoción que el mar se mostró turbulento en la superficie.
--¡Que hermoso!—Dijo Temari.
--¡Que emocionante!--Dijo Konan juntando sus manos y mirando muy feliz a su hermana.
--Me alegro, Hermana—Dijo Sakura muy feliz, más no satisfecha. Ella aun no podía creer que su hermana se fuera a marchar en poco menos de un mes. Agregó--. Aunque aún te puedes arrepentir.