Cuarta parte de HOPE: LA UNIÓN ENTRE DOS MUNDOS que narra los hechos de El último héroe del Olimpo desde el punto de vista de nuestra protagonista, Hope Lupin.
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Beckendorf aterrizó sobre el capó del coche montado en Blackjack, mientras Buckbeak y yo permanecíamos en el aire. No tenía planeado traer al hipogrifo hasta Estados Unidos, pero Sirius había insistido en que lo hiciera. Al principio lo miré como si estuviera loco. Pero tenía sentido, Buckbeak era una criatura salvaje que necesitaba estirar las alas y no pasar tanto tiempo encerrado. Además, admito que necesitábamos un segundo medio de transporte aéreo, y los hipogrifos pueden volar tan rápido como los pegasos cuando se lo proponen. Una noche en los establos del campamento fue suficiente para que recuperara fuerzas después del largo viaje. Nadie aquí lo reconocería como el hipogrifo que una vez fue condenado a muerte por el Ministerio de Magia.
—Blackjack —dijo Percy, con el ceño fruncido mientras miraba a su pegaso—. ¿Qué demonios...?
Entonces reparó en Beckendorf y luego en mí. Ambos íbamos vestidos con uniformes de combate. Beckendorf llevaba una bolsa llena de explosivos, mientras que yo sólo tenía mi espada y mi varita guardadas en los bolsillos mágicos. Saludé a Percy con la mano como si lo hubiera encontrado por casualidad.
—¿Qué tal, Percy? —dijo Beckendorf, con su característico tono tranquilo.
—¿Ya? —preguntó Percy, ajustándose sobre Blackjack.
—¿Por qué estaríamos aquí si no? —respondí con una sonrisa ligera.
Rachel nos miraba desde el suelo con una mezcla de curiosidad y resignación.
—Hola, Rachel —la saludé, tratando de sonar lo más casual posible.
—Ah... Hola. Soy Beckendorf —dijo él, inclinando la cabeza—. Percy me ha hablado de ti.
—¿De veras? Qué halagador —respondió Rachel, con un dejo de sarcasmo en la voz—. Bueno, chicos, supongo que estáis aquí para salvar el mundo otra vez.
—Algo así —dijo Beckendorf.
Percy se giró hacia ella.
—¿Le dirás a mi madre...?
—Por supuesto —interrumpió Rachel con una sonrisa tranquila—. Estoy segura de que ya está acostumbrada. También le explicaré a Paul lo del capó del coche.
Percy asintió, agradecido.
—Buena suerte, héroe —añadió Rachel y, antes de que pudiera reaccionar, se inclinó y lo besó.
Suspiré y desvié la mirada. ¿Por qué siempre tenía que presenciar los besos inoportunos que le daban a Percy? Menos mal que Annabeth no estaba aquí para verlo.
—Y ahora, en marcha, mestizo —dijo Rachel, con una sonrisa confiada—. Mata a unos cuantos monstruos por mí.
Percy subió a Blackjack junto a Beckendorf, y bajo la mirada de Rachel, comenzamos a elevarnos, cada vez más alto.