4. Nos vamos de crucero con un montón de explosivos

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Beckendorf aterrizó sobre el capó del coche a lomos de Blackjack, Buckbeak y yo nos quedamos en el aire

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Beckendorf aterrizó sobre el capó del coche a lomos de Blackjack, Buckbeak y yo nos quedamos en el aire. La idea no era llevarme el hipogrifo hasta Estados Unidos, pero Sirius lo había sugerido. Al principio lo había mirado como si estuviera loco. Sirius había insistido. Era una criatura salvaje, no era bueno que pasara tanto tiempo encerrado. Y de todas formas, necesitábamos dos pegasos, o algo parecido.

Resulta que los hipogrifos son capaces de volar bastante rápido, y una noche en los establos junto a los pegasos había bastado para que recuperara fuerzas del largo viaje. Además, allí nadie podía reconocerlo como el hipogrifo al que una vez el ministerio condenó a muerte.

—Blackjack —dijo Percy—, ¿qué demonios...?

Entonces vio a Beckendorf, y luego me miró a mí. Ambos ibamos con uniforme de combate. El llevaba la bolsa de explosivos, yo solo llevaba mi varita y mi espada en mis bolsillos. Saludé a Percy con un gesto de mano como si nada.

—¿Qué tal, Percy? —dijo Beckendorf

—¿Ya? —preguntó Percy

—¿Por qué estaríamos aquí si no? —dije

Rachel nos miró.

—Hola, Rachel —saludé sonriendo como si fuera un encuentro casual

—Ah, hola. Soy Beckendorf. Percy me ha contado... eh, o sea, me ha hablado de ti.

—¿De veras? Estupendo —dijo Rachel—. Bueno, chicos, deduzco que tenéis que iros a salvar el mundo.

—Más o menos —respondió Beckendorf

Percy miró a Rachel

—¿Le dirás a mi madre...?

—Se lo diré. Seguro que ya está acostumbrada. Y le explicaré a Paul lo del capó.

Percy asintió.

—Buena suerte —dijo Rachel y le besó antes de que pudiera reaccionar

Desvié la mirada suspirando. ¿Por qué siempre tenía que presenciar los besos inoportunos que le daban a Percy las chicas? Menos mal que Annabeth no había venido.

—Y ahora en marcha, mestizo —dijo Rachel—. Cargate a unos cuantos monstruos por mi.

Percy subió a lomos de Blackjack junto a Beckendorf y ante la mirada de Rachel, nos elevamos cada vez más alto.

—Bueno —comentó Beckendorf—, supongo que no querrás que le contemos a Annabeth la escenita que acabamos de presenciar.

—Oh, dioses —masculló Percy—. Ni se os ocurra.

Beckendorf y yo nos reímos mientras nos remontábamos por los aires sobre el Atlántico.

—No se, Percy, es mi hermana y mi mejor amiga, no se si podré ocultarle esto —dije con diversión

HOPE: LA BATALLA DE MANHATTAN (IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora