16. Un héroe inesperado

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El puente hacia el Olimpo se estaba disolviendo. Salimos del ascensor al sendero de mármol blanco y casi en el acto empezaron a abrirse grietas a nuestros pies.

—¡Saltad! —dijo Grover

Dio un salto y alcanzó la siguiente losa, mientras la nuestra se ladeaba vertiginosamente.

—¡Dioses, no soporto las alturas! —chilló Thalia.

Pero saltó junto a mi y a Percy. Sin embargo Annabeth no estaba para acrobacias. Se tambaleó y soltó un alarido:

—¡Percy!

Percy la agarró de la mano justo cuando la losa se desplomaba y se partía en mil pedazos. Por un momento, pareció que los dos caían y nos apresuramos a agarrarlos. Cuando los subimos, ambos se desmoronaron en el suelo abrazados.

—¡Sigamos adelante! —exclamó Grover.

Echamos a correr por el puente del cielo, mientras otras losas se desintegraban para hundirse en el olvido. Justo cuando alcanzábamos el pie de la montaña se vino abajo el último tramo.

El ascensor ahora estaba totalmente fuera de nuestro alcance: unas puertas metálicas relucientes suspendidas sin ningún apoyo en el aire, a seiscientas plantas por encima de Manhattan.

—Nos hemos quedado aislados —dijo Annabeth—. Estamos solos.

—¡Beee-eee! —baló Grover—. La conexión entre el Olimpo y Norteamérica se está disolviendo. Si se rompe...

—Esta vez los dioses no se trasladarán a otro país —comentó Thalia—. Será el fin del Olimpo. El final definitivo.

—Entonces procuremos que no se rompa —dije

Corrimos por las calles. Había mansiones en llamas y estatuas derribadas. En los parques, se veían árboles destrozados y convertidos en astillas. Parecía como si hubieran atacado la ciudad con un cortacésped gigante.

—La guadaña de Cronos —murmuró Percy

Seguimos el sinuoso sendero hacia el palacio de los dioses. No recordaba que fuese tan largo. Toda la cima de la montaña estaba en ruinas. Habían desaparecido montones de edificios y jardines preciosos.

Unos cuantos dioses menores y algunos espíritus de la naturaleza habían intentado detener a Cronos. Lo que quedaba de ellos estaba ahora esparcido por el suelo: armaduras aplastadas, túnicas desgarradas y espadas y lanzas partidas en dos.

Desde lejos, nos llegó la voz rugiente de Cronos:

—¡Arrasadlo todo! Es lo que prometí. ¡Que no quede piedra sobre piedra!

Un templo de mármol blanco con cúpula dorada explotó de repente. La cúpula salió disparada como la tapa de una tetera y se deshizo en pedazos, rociando la ciudad de escombros.

—Era el santuario de Artemisa —masculló Thalia—. Lo pagará caro.

Cuando pasábamos por debajo de un arco de mármol con estatuas descomunales de Zeus y Hera, la montaña entera gimió y se ladeó como una barca en mitad de una tormenta.

—¡Cuidado! —gritó Grover.

El arco se desmoronó bruscamente. Conseguí apartarme rápidamente, pero Thalia tuvo que darles un empujón a Percy y Annabeth para que se salvaran por los pelos.

—¡Thalia! —chilló Grover.

La encontramos todavía con vida cuando se despejó la nube de polvo y la montaña dejó de estremecerse, pero tenía las piernas atrapadas bajo la estatua.

HOPE: LA BATALLA DE MANHATTAN (IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora