Cuarta parte de HOPE: LA UNIÓN ENTRE DOS MUNDOS que narra los hechos de El último héroe del Olimpo desde el punto de vista de nuestra protagonista, Hope Lupin.
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Tuve un sueño extraño, uno de esos que sabes que significan algo pero no logras descifrar del todo. Al principio estaba en una montaña. Algo en ella me resultaba familiar, aunque no lograba ubicarla. A lo lejos se veía una ciudad, sus edificios reluciendo bajo un cielo claro. Tardé un momento en darme cuenta de dónde estaba porque, técnicamente, nunca había estado allí. Entonces lo recordé: Annabeth me había hablado de lo que había pasado en ese lugar durante las vacaciones de Navidad de mi tercer curso en Hogwarts, mientras yo me quedaba en el castillo.
San Francisco. La ciudad debía ser San Francisco. Sin embargo, lo que realmente me hizo reconocer el lugar fue la figura imponente de un titán sosteniendo el cielo sobre sus hombros. Atlas. El Monte Otris. Lo había visto antes, aunque de manera fugaz, cuando atravesé el laberinto. Pero esta parte era distinta, no la reconocía. No estaba solo: dos figuras más lo acompañaban.
El primero era un titán de aproximadamente tres metros de altura, con una armadura negra decorada con estrellas. Su casco tenía la forma de una cabeza de carnero, con cuernos curvados que brillaban débilmente. Fruncí el ceño, tratando de recordar quién podría ser, pero mi mente se quedó en blanco.
El segundo me resultó más fácil de identificar: Hiperión, el titán del fuego, la luz y el poder. Era más alto que el primero, musculoso, con una barba dorada que combinaba con sus ojos resplandecientes. Su piel parecía irradiar luz propia, y su armadura y espada, ambas de un oro cegador, lo hacían aún más intimidante. Incluso con Atlas sosteniendo el cielo, los tres juntos proyectaban una imagen aterradora. Antes de que pudiera escuchar algo o entender qué tramaban, la escena cambió.
Ya no estaba en el Monte Otris, pero podía distinguirlo a lo lejos, como una amenaza latente. Ahora me encontraba en lo que parecía un campamento. Era diferente al Campamento Mestizo, aunque definitivamente seguía siendo un campamento. Había una ciudad cercana con una arquitectura que reconocí de inmediato: romana. Observé varias cabañas y estructuras distribuidas en formación precisa, pero lo que más me llamó la atención fue la gente. Había jóvenes entrenando con espadas cortas de oro, moviéndose con disciplina casi militar.
Uno de ellos destacaba entre el resto. Un chico rubio, de ojos azules, llevaba una armadura de combate impecable y mostraba una destreza con la espada que me dejó impresionada. En su brazo, noté algo peculiar: un tatuaje con las letras SPQR y unas líneas marcadas debajo. Parecía... importante, aunque estaba segura de que nunca lo había visto antes. Ni a él ni a ninguno de los otros. Y, sin embargo, había algo en él que se me hacía familiar, aunque no podía precisar qué.
Si soñé algo más, no lo recuerdo. Lo siguiente que supe fue que estaba despierta, sentada en mi cama en la cabaña de Atenea, con la luz del día entrando por las ventanas. Me froté los ojos, aún confusa, con una sensación extraña en el pecho. Había soñado con dos lugares totalmente diferentes, y aunque parecían cercanos, eran opuestos en casi todo. ¿Qué conexión podían tener? No tenía ni idea.