Percy logró que los ríos hundieran la flota enemiga, pero entonces llegó otro problema. Annabeth recibió una llamada de Michael Yew. La cabaña de Apolo necesitaba ayuda en el puente de Williamsburg. Y era el minotauro quien encabezaba la marcha de esa parte del ejercito de Cronos.
Percy silbó y Blackjack junto a dos pegasos más no tardaron en aparecer. (Ya podría haberlos llamado antes) Tras una conversación de Percy con Blackjack de la que solo entendí la mitad, nos subimos a los pegasos para volar hacia el puente.
Divisamos la batalla antes de tenerla lo bastante cerca como para identificar a los guerreros. Era plena madrugada ya, pero el puente resplandecía de luz. Había coches incendiados y arcos de fuego surcando el aire en ambas direcciones: las flechas incendiarias y las lanzas que arrojaban ambos bandos.
Cuando nos acercamos para hacer una pasada a poca altura, advertimos que la cabaña de Apolo se batía en retirada. Corrían a parapetarse detrás de los coches para disparar a sus anchas desde allí. Pero el enemigo seguía avanzando pese a todo. Encabezaba la marcha una falange entera de dracaenae (no me trajo buenos recuerdos), con los escudos juntos y las puntas de las lanzas asomando en lo alto. De vez en cuando, alguna flecha se clavaba en un cuello o una puerta de reptil, o en la juntura de una armadura, y la desafortunada mujer-serpiente se desintegraba, pero la mayor parte de los dardos de Apolo se estrellaban contra aquel muro de escudos sin causar ningún daño. Detrás, avanzaba un centenar de monstruos.
Los perros del infierno se adelantaban a veces de un salto, rebasando su línea defensiva. La mayoría caían bajo las flechas, pero uno de ellos atrapó a un campista de Apolo y se lo llevó a rastras. No vi lo que sucedió después.
—¡Allí! —gritó Annabeth
Y en medio de la legión invasora iba el Minotauro en persona.
De cintura para abajo llevaba el equipo de combate griego normal, o sea, un delantal de tirillas de cuero y metal; unas grebas de bronce que le cubrían las piernas y unas sandalias de cuero firmemente atadas. De cintura para arriba, era puro todo: pelo, pellejo y músculos que ascendían hacia un cabezón tan enorme que debería haberse volcado solo por el peso de sus cuernos. Debía medir unos tres metros. Llevaba a la espalda un hacha de doble filo. En cuanto nos vio sobrevolar en círculos el puente, soltó un bramido y alzó en sus brazos una limusina blanca.
Estaríamos al menos a unos treinta metros de altura, pero tuvimos que girar con brusquedad cuando la limusina se precipitó hacia nosotros impulsada por el monstruo.
Los demás monstruos soltaban gritos y abucheos, y el Minotauro tomó otro coche en sus manos.
—Déjanos detrás de las líneas de la cabaña de Apolo —escuché a Percy
Los pegasos descendieron a toda velocidad y fueron a posarse tras un autobús escolar volcado, donde había dos campistas apostados. Bajamos de un salto en cuanto los pegasos tocaron el suelo.
Michael Yew corrió a nuestro encuentro. Tenía el brazo vendado y su cara tiznada, y apenas le quedaban flechas en el carcaj, pero sonreía como si lo estuviera pasando en grande.
—Me alegro de que hayáis venido —dijo—. ¿Y los demás refuerzos?
—Por ahora, somos nosotros los refuerzos —repuso Percy
—Entonces estamos apañados.
—Qué optimismo —dije con sarcasmo
—¿Todavía tienes tu carro volador? —preguntó Annabeth
—No —dijo Michael—. Lo dejé en el campamento. Le dije a Clarisse que podía quedárselo. Qué más da, ¿entiendes? No valía la pena discutir más. Pero ella me contestó que ya era tarde. Que nunca más íbamos a ofenderla en su honor, o una estupidez por el estilo.
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HOPE: LA BATALLA DE MANHATTAN (IV)
FanfictionCuarta parte de HOPE: LA UNIÓN ENTRE DOS MUNDOS que narra los hechos de El último héroe del Olimpo desde el punto de vista de nuestra protagonista, Hope Lupin.