13. Llegan los centauros *

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—¡Oinnnc!

El estridente chillido resonó como un trueno, rebotando por toda la zona alta de Manhattan. Por un instante, el campo de batalla quedó en completo silencio: semidioses y monstruos por igual se paralizaron, presos de un miedo ancestral.

—Eso suena como... ¡No puede ser! —exclamó Grover, con los ojos muy abiertos.

—¡Oinnnc! —volvió a resonar el terrible gruñido, esta vez acompañado de un batir de alas que agitó las copas de los árboles. Y entonces apareció: una enorme criatura rosada volando en círculos sobre el estanque. Un cerdo alado. Bueno, más bien una cerda alada. Justo lo que necesitábamos para completar el caos.

—¡Una cerda! —gritó Annabeth, pálida—. ¡A cubierto!

El grito fue todo lo que necesité para empezar a correr. La bestia descendió pesadamente, sus alas de un rosa chillón parecían arrancadas de un flamenco y combinaban de forma extrañamente grotesca con su piel lustrosa. Aterrizó como una tormenta, haciendo temblar la tierra y derribando un par de árboles de una sola sacudida. Por poco aplasta a uno de mis hermanos en el impacto. Luego, con un gruñido que sonó más como una explosión, volvió a despegar y comenzó a trazar círculos en el aire, preparándose claramente para otra acometida.

—No me digas que esto es otra cosa de la mitología griega —dijo Percy, mirando a la cerda como si fuera una pesadilla hecha realidad.

—Lo siento, pero sí —confirmó Annabeth con voz tensa—. Es la cerda de Clazmonia. En su época, aterrorizó a las ciudades griegas durante años.

—Déjame adivinar —intervino Percy con un deje de sarcasmo—. Hércules la derrotó.

—Ojalá fuera tan sencillo —respondí, sin poder apartar la vista de la criatura.

—Que yo sepa —dijo Annabeth, frunciendo el ceño—, ningún héroe ha conseguido matarla jamás.

—Genial —resopló Percy, levantando su espada.

Mientras tanto, el ejército del titán comenzaba a moverse de nuevo. Al parecer, se habían dado cuenta de que la cerda no los consideraba enemigos. Sólo nos quedaban unos segundos antes de que estuvieran listos para atacar.

—Esa cerda tiene que desaparecer. —Percy tomó uno de los garfios con determinación, su mirada fija en la criatura alada—. Yo me encargo. Vosotros mantened a raya al enemigo y hacedlos retroceder.

—Fácil decirlo —murmuré, mirando a nuestro alrededor. Estábamos exhaustos. Incluso Annabeth, pese a su empeño en luchar, no estaba completamente recuperada, y todos lo sabíamos.

—Pero, Percy... —intervino Grover, visiblemente preocupado—. ¿Y si no podemos?

—Entonces retroceded si es necesario. —Percy ajustó el garfio en sus manos y nos miró con una expresión de calma que parecía fuera de lugar—. Solo tratad de ralentizarlos. Haré esto rápido y volveré en cuanto pueda.

No esperó respuesta. Sin dudarlo, comenzó a girar el garfio atado al cable, haciéndolo girar por encima de su cabeza como si fuera el lazo de un vaquero experto. Todos contuvimos la respiración mientras la cerda descendía para su próxima acometida, el suelo temblando bajo su peso. Con un movimiento calculado, Percy lanzó el garfio hacia la criatura.

El metal se enganchó firmemente en la base de una de sus alas, y la cerda soltó un chillido ensordecedor de furia. Agitó sus alas con fuerza, el garfio tensándose hasta el límite mientras Percy sujetaba el cable con todas sus fuerzas. Antes de que nadie pudiera reaccionar, la bestia dio un brusco tirón, y Percy fue alzado del suelo, arrastrado hacia el cielo mientras la cerda comenzaba a volar en círculos, sacudiendo su presa como si quisiera deshacerse de ella. Y vimos cómo desaparecía en lo alto.

HOPE: LA BATALLA DE MANHATTAN (IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora