8. Nos preparamos para la batalla

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La Señorita O'Leary era la única que parecía contenta con la ciudad dormida

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La Señorita O'Leary era la única que parecía contenta con la ciudad dormida.

Cuando bajamos de nuevo, la encontramos poniéndose morada en un carrito de perritos calientes volcado. El dueño se había hecho un ovillo en el suelo y roncaba con el pulgar en la boca. Era de locos la vista que tenía frente a mi, todo el mundo acurrucado en el suelo, o en sus coches, durmiendo en plena calle.

Argos nos esperaba con sus cien ojos abiertos como platos. No dijo nada. Nunca decía nada, en realidad. Pero su expresión dejaba claro que estaba flipando. Así que hubo que explicarle que estaba pasando. Fue mayormente Percy. Al parecer los dioses no pensaban acudir a salvar la ciudad. Argos, disgustado, puso los ojos en blanco, todos.

—Será mejor que vuelvas al campamento —le dijo Percy—. Defiéndelo lo mejor que puedas

Argos lo señaló y alzó las cejas con expresión inquisitiva.

—Yo me quedo —dijo Percy

Argos asintió, como si la respuesta la pareciera satisfactoria. Miró a Annabeth y trazó un círculo en el aire con el dedo.

—Si —dijo ella—. Ya va siendo hora.

Argos revolvió en la trasera de su furgoneta, sacó un escudo de bronce y se lo entregó a Annabeth. Parecía normal y corriente: el mismo tipo de escudo redondo que utilizábamos para capturar la bandera. Pero cuando Annabeth lo depositó en el suelo, su bruñida superficie metálica dejó de reflejar el cielo y los edificios circundantes y mostró la estatua de la Libertad... que no estaba cerca.

—Pero, ¿qué? —exclamé

—¡Vaya! —ahora fue Percy—. Un video-escudo

—Una de las ideas de Dédalo —dijo Annabeth—. Conseguí que me lo hiciera Beckendorf antes de... —Le echó un vistazo a Silena—. Hum, en fin, el escudo desvía los rayos de sol o de luna procedentes de cualquier parte del mundo para crear un reflejo. Puedes ver literalmente cualquier objetivo que se encuentre bajo el cielo, siempre, eso si, que lo toque la luz natural. Mirad.

Nos agolpamos alrededor mientras Annabeth se concentraba. La imagen se movía y giraba muy deprisa al principio. Primero mostró el zoo de Central Park, luego descendió por la calle Sesenta Este, pasó por Bloomingdale's y dobló en la Tercera Avenida.

—¡Hala! —exclamó Connor—. Retrocede un poco. Enfoca ahí

—¿Qué? —preguntó Annabeth, nerviosa—. ¿Has visto invasores?

—No, ahí, en Dylan's, la tienda de golosinas —Miró a su hermano con una sonrisa—. Está abierta, colega. Y todos los dependientes dormidos... ¿Me lees el pensamiento?

Resoplé, llevándome una mano a la frente.

—¡Connor! —lo reprendió Katie—. Déjate de bromas, esto es muy serio. ¡No vais a saquear una tienda de golosinas en medio de una guerra!

HOPE: LA BATALLA DE MANHATTAN (IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora