𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 2 - 𝑼𝒏𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒎𝒑𝒂 𝒅𝒆 𝒂𝒎𝒊𝒈𝒐𝒔

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Claire caminó hasta el piso de Leon sintiéndose nerviosa como una colegiala. Hacía años, demasiados, que ambos no habían quedado para mantener una conversación de amigos, cada cual inmerso en su propio trabajo y en sus preocupaciones: él, porque vivía para trabajar; y ella, porque tras el desprecio que le hizo por el tema del chip que contenía información sobre los actos bioterroristas llevados a cabo por Wilson, el subsecretario de defensa de Estados Unidos durante 2004, se sentía tan culpable y avergonzada, que evitaba encontrarse con él siempre que podía.

Llevaba años echándolo de menos: su sonrisa, su mirada, sus gestos... todo él. Y haberse sentido arropada por sus brazos protectores durante el entierro de Moira había disparado ese sentimiento de nostalgia de un modo alarmante. Mientras se había sentido dueña de sus propios sentimientos, había creído poder mantener a raya toda aquella angustia que de vez en cuando la atormentaba, siempre y cuando siguiese sintiendo que él, en el fondo, siempre estaría ahí para ella cuando lo necesitara, como había sucedido en el cementerio.

Pero al pensar en ir a hablar con él, y más para pedirle ayuda, se había dado cuenta de que no lo tenía tan asegurado como siempre había creído, que iba rebotar contra un muro. Quizá lo había perdido sin darse cuenta. Y esa idea era muy dolorosa de asimilar; demasiado.

Llamó temerosa a su puerta, y cuando él la abrió vestido con unos vaqueros desgastados, una camiseta de deporte y descalzo, se dio cuenta todavía más de cuánto tiempo había perdido al alejarse de su lado; aquello le hizo sentir ganas de llorar, pues aún se encontraba demasiado sensible debido a la muerte de su amiga.

El agente se mostró genuinamente atónito al verla esperando ante su puerta.

—Hola, Leon —lo saludó con voz suave. Le costaba mirarlo directamente a los ojos, pero se obligó a hacerlo.

—¿Seguro que no te has equivocado de casa? —preguntó incrédulo.

Ella asintió abatida.

Mirándola suspicaz, la hizo pasar y cerró la puerta tras ambos.

—No tengo nada que ofrecerte: suelo comer fuera y tampoco recibo visitas —se disculpó tranquilamente—. Pero puedes sentarte, si quieres.

Obediente, ella se sentó en el primer sofá que encontró en la sala de estar.

—Y bien, ¿a qué se debe el honor de tu visita? —quiso saber sin poder ocultar el sarcasmo que había en su voz.

Para su sorpresa, se dio cuenta de que Claire Redfield, la activista osada, impetuosa y valiente se había quedado sin palabras.

—Yo... no sé bien cómo decirte esto...

—¿Decirme, qué? —preguntó en alerta.

«¿En qué lío te has metido esta vez, Claire?», preguntó preocupado para sus adentros.

—Leon...

—No me desgastes más el nombre, y di lo que tengas que decir. Mientras no tenga que convertirme en un fuera de la ley por ayudarte, intentaré echarte una mano en lo que necesites —le aseguró intentando calmarla, pues esa actitud tan impropia de ella le hacía sentir incómodo— ¿Qué te hace falta?

—Leon... —insistió obviando la mirada de disgusto que él le dedicó—. ¿Qué soy yo para ti? No es una pregunta con ninguna intención. Sólo me pregunto... qué significo para ti.

Él la miró sorprendido.

—Eres una de las personas que han pasado por mi vida. Las personas llegan, se van, a veces vuelven y a veces no... Es ley de vida —afirmó con sencillez.

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