𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 5 - 𝑵𝒊 𝒍𝒐 𝒔𝒖𝒆ñ𝒆𝒔, 𝒓𝒖𝒃𝒊𝒕𝒐

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Claire estaba en la cocina lavando la ropa sucia que había traído; estaba aprovechando que Leon había salido de la casa para hacerlo, pues sabía que, si él la viese, la regañaría. «Ojos que no ven...», se dijo con una sonrisa astuta. Se había ensimismado tanto, que no escuchó llegar al rubio quien, por un momento, se cruzó de brazos negando con un gesto de fastidio.

—No haces más que darme quebraderos de cabeza —la acusó.

Y, ni corto ni perezoso, la cogió en brazos y se la llevó a la sala de estar. El agua chorreó de las manos de la pelirroja, pero a él no le importó en absoluto.

—Deja esa costumbre de llevarme en brazos a todos lados —le pidió molesta.

—¿Por qué? Pesas como una pluma —afirmó aún enfadado.

En vez de sentarla en el sofá como esperaba, se sentó con ella aún en sus brazos.

—Gracias por llamarme escuálida —lo acusó desdeñosa.

Él la miró sorprendido.

—¿Quién ha dicho eso?

—¿Qué significa que peso como una pluma, entonces? —quiso saber con mirada sarcástica.

—Que resulta todo un placer llevarte en brazos; nada más.

—Leon... ¿Puedes sentarme a tu lado, por favor? —le pidió súbitamente vergonzosa; él tenía el don de hacerla incomodar con aquel tipo de frases que parecían contener cumplidos.

—No.

—¿Por qué no? —casi gritó, frustrada.

—No, hasta que me prometas que no volverás a hacer ningún esfuerzo. Déjame todo el trabajo a mí, sea el que sea. Total, por ahora no tengo nada mejor que hacer —le recordó tranquilamente.

—Ya te entiendo: vas a esperar a que yo me reponga; y luego...

—¿Me harás caso si te pido que luego te mantengas al margen y me dejes trabajar a mí? —preguntó traspasándola con una mirada severa.

—Ni lo sueñes, rubito. Sea quien sea, está intentando dejarte fuera de juego en la lucha contra el bioterrorismo, y ha tratado de matarme. Estoy en esto tanto como tú —aseguró convencida.

—Lo suponía. Entonces, te encerraré y no te dejaré salir hasta que todo haya acabado.

Ella lo miró indignada con los ojos desorbitados por la sorpresa. Y él sonrió con acidez.

—Me estás pidiendo guerra desde que has llegado aquí. ¿Qué es eso de "rubito"? Un poco más de respeto a tus mayores, chiquilla.

—¿Chiquilla? ¡Pero si tengo treinta y nueve años y tú tan sólo me llevas dos! ¡Demonios! —le gritó tan indignada, que la costilla fisurada le pasó factura lanzándole una punzada de dolor que la dejó sin respiración.

Sereno, él la pegó a su pecho con cuidado y acarició su pelo intentando calmarla para que el dolor remitiese.

—Lo siento, preciosa. Por supuesto que no voy a encerrarte, sólo estaba haciendo el idiota. Pero me preocupa perderte, Claire, perderte de verdad —confesó angustiado—. Me da la impresión de que este es un lío muy gordo.

—Yo puedo luchar a tu lado —aseguró con un hilo de voz.

—No puedo imaginar a nadie mejor que tú para hacerlo, pero no deseo que lo hagas. Aun así, si es lo que quieres, yo no soy quién para impedírtelo. Tú, reponte rápidamente, ¿de acuerdo? Y te llevaré conmigo hasta donde sea prudente que llegues.

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