𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 9 - 𝑳𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆 𝒉𝒆 𝒔𝒊𝒅𝒐

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Chris agradeció encontrarse en un lugar como aquel, lejos de todo y de todos; o de casi todos. Por tan sólo un rato, necesitaba olvidarse de quién era, de lo que hacía, de su lugar en el mundo, y no pensar. Sabía que aquello no era más que un espejismo, pero hacerlo no tenía nada de malo siempre que no perdiera su norte. Su norte...

Sonriendo sarcástico, buscó la posición del sol y caminó en consecuencia; no estaría mal caminar hacia el sur para variar. No había hecho más que alejarse unos cientos de metros, cuando sintió cómo la paranoia lo invadía. Inhaló y exhaló hondo, alarmado porque temía que aquellas pesadillas que había logrado mantener a raya desde que se repuso de una pérdida de memoria varios años atrás habían regresado de pronto.

«No, este no soy yo», se aseguró con firmeza. Había recuperado el ritmo cardíaco y la respiración acompasada; sin embargo, aquella sensación de estar siendo observado se negaba a abandonarlo.

«Si no soy yo...».

Escuchando a su instinto de agente, se agachó fingiendo estar atando el cordón de una de sus botas, y escuchó atentamente: el leve sonido del amartillamiento de un arma invadió sus oídos, y unas pisadas ligeras, muy ligeras, hicieron el resto. Sacó un cuchillo que llevaba oculto bajo la pernera de su pantalón, junto a su bota, rodó sobre sí mismo y, mientras lo hacía, escrutó el entorno con la rapidez que da la experiencia.

Sin duda, su presunto atacante no esperaba que el cuchillo impactase justo dentro del cañón de la pistola, y lo único que lo salvó de que esta explotase es que no tenía intención de disparar. Preparó su ataque basado en una férrea defensa, pero el capitán no estaba dispuesto a permitirlo.

Extremadamente rápido a pesar de su gran envergadura, Chris mantuvo su centro de gravedad próximo al suelo mientras siguió rodando hasta lograr derribar a quien le había lanzado el arma dándola por inútil. Pronto, un nuevo cuchillo de caza atenazó la garganta de una figura femenina con rasgos asiáticos que lo miró frustrada y furiosa.

—Quietecita, Wong —le advirtió mirándola sin compasión.

Con el brazo que no la atenazaba, se quitó la camiseta ante la mirada atónita de la mujer y, ayudado por su fuerte dentadura, la desgarró en varios girones. Con uno de estos, la ató por las muñecas; otro lo usó para inmovilizar sus tobillos, y con el último la amordazó. Un momento después, se la echó al hombro como si fuese un cazador que regresa a su hogar con una presa.

Cuando entró en la cabaña portando aquel fardo tan inesperado, Jill y Claire lo observaron con los ojos desorbitados por la sorpresa, mientras Leon, que salía de la cocina, se cruzó de brazos mirándolo con el ceño fruncido.

—Tu problema es que siempre la tratas con demasiadas contemplaciones —el moreno le dijo tajante al ver su sorpresa.

La llevó hasta una silla, la sentó con brusquedad sin importarle el daño que pudiese causarle, y la amarró con la cuerda que Leon se había apresurado a buscar y a entregarle.

Al ver a Leon, Ada le dedicó una mirada pícara y luminosa, y él le sacó de la boca el trozo de camiseta con que Chris la había atormentado.

—¿Por qué no me sorprende verte? —él preguntó con una sonrisa torcida.

—Será que me echabas de menos —ella respondió tranquilamente.

—Ya, claro... —afirmó sarcástico.

—Nunca me habías dicho que tienes una casita tan mona en medio del bosque —le reprochó fingiendo sentirse ofendida.

—Y tenía que decírtelo a ti, ¿por?

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