𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 22 - 𝑫𝒐𝒔 𝒆𝒏𝒆𝒎𝒊𝒈𝒐𝒔 𝒊𝒎𝒃𝒂𝒕𝒊𝒃𝒍𝒆𝒔

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La sala a la que accedieron era grande, muy grande. Parecía consagrada a una especie de museo macabro del despropósito, la crueldad y la maldad. Todas las paredes estaban repletas de altas y amplias cápsulas en las que hibernaban todo tipo de BOWs salidos de la mente más demente y depravada. Sin ojos, con miles de ojos; algunos que parecían auténticas bolas si extremidades, otros que no eran más que brazos y piernas; humanoides con enormes ojos por hombreras cuya cabeza era una boca plagada de colmillos; figuras con brazos acabados en brutales garras de cangrejo prehistórico más largas que su propio cuerpo; algunos que parecían simples flores, pero que si uno se acercaba sus pétalos no eran más que pinchos gruesos y arrojadizos; lobos terribles cuyo cuerpo estaba plagado de mandíbulas con ristras de dientes mortíferos... Aquello no era más que la sala de los horrores.

Al fondo había dos figuras de pie, aguardándolos. Claire y Jill reconocieron la figura del doctor Owler de inmediato, junto a otra más alta, enjuta y con rostro de mirada inteligente y taimada.

—Arthur Sandler —Ada confirmó lo que ya todos imaginaban.

—¡Las fotógrafas de la revista! —Owler no pudo evitar exclamar llevado por la enorme sorpresa al reconocer a las dos mujeres que lo habían engañado con tanta habilidad.

Jill le devolvió una sonrisa burlona.

De inmediato, Sandler comprendió quién había puesto al grupo sobre la pista de lo que iba a suceder en el Lincoln Memorial, cómo lograron frustrar aquel plan trazado de un modo tan inteligente y oculto. Resopló con fastidio, harto de la incompetencia frustrante de aquellos quienes lo rodeaban. Con movimientos tranquilos, sacó una jeringa de uno de los bolsillos de su bata, y antes de que el desdichado profesor pudiera reaccionar, siquiera, se la incrustó en el cuello inoculándole el virus con esta.

—¡Noooo! —el hombre gritó aterrado, y se llevó ambas manos al cuello.

Corrió hacia los agentes con intención de llegar a la sala de la que ellos procedían, donde podría ser salvado. Pero Jill, furiosa, le metió un disparo en la nuca que lo dejó seco al momento.

Riendo arrogante, Sandler hizo un gesto grandilocuente con ambas manos y, a izquierda y derecha, un trozo de las paredes giró sobre sí mismo para mostrar a dos hombres altos, fornidos, con pinta de soldados bien entrenados y dispuestos a todo por él. Iban vestidos con botas y pantalones militares, y sus cuerpos musculosos tan sólo estaban cubiertos por camisetas tácticas negras que se ceñían a sus torsos poderosos como una segunda piel.

El investigador demente soltó una sonora carcajada observando con deleite los rostros atónitos de los agentes que creían tenerlo acorralado. Sin más, les dio la espalda y se marchó hacia la pared del fondo, que también giró para recibirlo y ocultarlo.

Rápidamente, Patrick, Nate y Nadia dispararon en su dirección para intentar detenerlo. Pero los dos hombres que acababan de aparecer, tomaron posiciones ante él de un modo tan rápido, que para los demás les resultó imposible seguir sus movimientos. Detuvieron las balas con una especie de brazales que llevaban equipados y ni se inmutaron.

Con el corazón en un puño, Claire sintió cómo su mundo, su vida entera, se derrumbaba a su alrededor. Acongojada, dio un par de pasos al frente y sus pies se negaron a continuar. Ante ella, su hermano Chris, y Leon, el amor de su vida, se mostraban cruzados de brazos en actitud combativa y arrogante. Sus ojos rojos cual ascuas ardientes mostraban la influencia inconfundible de Las Plagas.

—Oh, no... —Jill se lamentó creyendo haber caído de lleno en su peor pesadilla. Sus manos comenzaron a temblar descontroladas y un ataque de pánico se apoderó de su mente y de su cuerpo.

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