Leon y Chris se encontraban bien; de hecho, mucho mejor que todos los demás, quienes estaban heridos, magullados y algunos incluso con huesos rotos. Pero no podían salir del hospital militar a donde los habían llevado hasta que hubiesen sido retirados todos los cargos contra ellos. Ambos compartían habitación.
Por la mañana, los dos se sometían a un férreo entrenamiento en el gimnasio del hospital. Una vez terminaban, iban a visitar a sus compañeros para asegurarse de que se estaban recuperando sin problemas, y después, Chris se dedicaba a ojear varias revistas de armamento que se había agenciado. Y Leon se pasaba horas y horas de pie con los brazos cruzados mirando a través de la ventana de su cuarto. Parecían no querer relacionarse con nadie más que lo justo y necesario; y llevaban dos días así.
Aquella tarde, Claire entró en la habitación sin llamar a la puerta, y nada más ver sus semblantes taciturnos le cayó el alma a los pies. Ella estaba prácticamente recuperada también, y compartía habitación con Jill, a quien el enfrentamiento con Chris le había pasado factura, ya que él le había dado prácticamente una paliza. Se sentó en la cama de su hermano y acarició su mejilla con mimo. Él le dedicó una caricia amable y sonrió cariñoso, pero no dijo nada.
Nerviosa, se puso en pie y fue en busca de Leon, a quien abrazó por la espalda. Ambos no habían hablado prácticamente todavía, y aquella situación la estaba matando por dentro.
—Hola, cielo —lo saludó esperanzada.
—Hola —él respondió.
Cogió las manos femeninas que lo rodeaban y las apretó contra sí para sentir aún más su contacto, su calor; pero no se giró.
La pelirroja suspiró abatida, pero no estaba dispuesta a rendirse. Lo rodeó hasta cubrir por completo la imagen que él se empeñaba en contemplar y lo obligó a que la mirase.
—Claire: creo que deberíamos dejarlo —la sorprendió al afirmar mirándola fijamente, muy serio.
—¿Dejar, qué? —preguntó confusa.
Él le dedicó una mirada angustiada de obviedad.
—¿Pero qué dices? ¿Dejar nuestra relación? ¡No! ¡Absolutamente, no! ¡Me niego, digas lo que digas! —le dejó claro rotunda.
Al escuchar sus gritos, su hermano miró a la pareja preocupado. Se planteó salir de la habitación para darles privacidad, pero una sensación de complicidad con Leon lo detuvo; también él sentía que había dañado a Jill de un modo irreparable, o que algún día llegaría a hacerlo, si seguía con ella.
—Sabes que estuve a punto de matarte —Leon afirmó con dureza.
—Pero no lo hiciste, mi vida —le recordó mirándolo enamorada.
—Solo, porque Taron me lo impidió. Te habría matado sin más, y lo sabes.
—Eso no es cierto, y tú lo sabes —negó insistente—. Si Taron tuvo la oportunidad de poder anularte, fue gracias a que tú dudaste, a que te resististe. Y lo hiciste porque me quieres, porque jamás me harías daño.
—Lo hice apenas por un segundo. Te habría matado, si él no hubiese estado ahí; habría matado a la mujer que amo. ¿Cómo puedo perdonarme eso? —preguntó con voz serena, demasiado tranquila.
—¡Demonios, Leon! ¡Ese no eras tú! —le aseguró frustrada.
—Sí que era yo, siempre he sido yo; dominado por La Plaga, pero siempre he estado ahí.
—¡Ya basta, cabeza dura! ¡Nadie puede resistirse al maldito dominio de La Plaga! ¡Y tú lo sabes! ¡Ni siquiera mi hermano ha podido hacerlo! ¡Así que, no me vengas con falsa culpabilidad! —lo acusó perdiendo la paciencia.
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▌│█║▌║▌║ AQUELLO QUE PERDIMOS ║▌║▌║█│▌
Fanfiction𝑬𝒍 𝒇𝒖𝒏𝒆𝒓𝒂𝒍 𝒅𝒆 𝑴𝒐𝒊𝒓𝒂 𝑩𝒖𝒓𝒕𝒐𝒏 𝒉𝒂𝒄𝒆 𝒗𝒆𝒓 𝒂 𝑱𝒊𝒍𝒍 𝑽𝒂𝒍𝒆𝒏𝒕𝒊𝒏𝒆 𝒚 𝒂 𝑪𝒍𝒂𝒊𝒓𝒆 𝑹𝒆𝒅𝒇𝒊𝒆𝒍𝒅 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒉𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒔𝒖𝒔 𝒗𝒊𝒅𝒂𝒔, 𝒂𝒒𝒖𝒆𝒍𝒍𝒐𝒔 𝒂 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒏𝒆𝒔 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆 𝒉𝒂𝒏 𝒒𝒖𝒆�...