07➳ Purificación

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Janne cayó de una altura considerable

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Janne cayó de una altura considerable. De su boca salió un sollozo ahogado, seguido de las lágrimas silenciosas que ya había aprendido a ocultar. 

Estaba desnuda y en su cuerpo comenzaban a formarse moretones y cortadas por el ritual de purificación al que había sido sometida. 

—¿Cómo te sientes Janne? ¿Aún miras a esas manifestaciones de Satanás? 

Ella dirigió su mirada a la única ventana del lugar, la cual estaba tapada por una cortina negra. A pesar de que tenía la vista un poco borrosa, pudo distinguir la silueta de la niña. 

—Ya no veo nada, me siento muy bien —mintió ella. 

—Creo que está funcionando —dijo una de las monjas—, por ahora es prudente que se quede en su habitación. No vamos a correr el riesgo de que empeore. 

Suspiró aliviada. Agradecía lo que hacían por ella, le agradecía a Dios por darle otra oportunidad, pero no soportaba el dolor y se llamaba a sí misma cobarde.  

Entre empujones la llevaron a su cama y cerraron la puerta, dejándola por completo a oscuras. 

Señorita, debe escapar. 

Ella se quedó muda. Escuchó con incredulidad esas palabras y comenzó a recorrer con la mirada todo el lugar, buscando a la dueña de esa voz. Sin embargo, fue interrumpida cuando la puerta se abrió de forma muy lenta. Supuso entonces que el intruso no quería ser escuchado por las monjas. 

—¿Qué quiere? —preguntó ella al distinguir la silueta de un hombre. Dio un brinco cuando sintió la respiración de esa persona impactar contra su cara—. A-aléjese, no se acerque más. 

—Calla. Abre las piernas. 

Janne chilló y trató de quitárselo de encima. No comprendía quién era ese hombre y que hacía en su habitación. 

—Silencio. ¿Acaso no quieres que Dios te perdone por todos tus pecados? 

Entonces Janne pensó que eso solo era otro ritual para ayudarla. Apretó su cruz de madera, se relajó y abrió las piernas. De todos modos eran mensajeros de Dios y ella sabía bien que jamás le harían daño. 

El hombre descendió por sus piernas, dejando arañazos y mordidas. Cuando levantó su túnica, la puerta se abrió y una monja ya mayor entró con una bandeja de comida. 

—Oh, padre Serif, ya es muy tarde para ver a la enferma. 

—De hecho vine al escuchar unos gritos —dijo y se compuso la túnica de forma disimulada—, el maligno la visita todas las noches y deja marcas en su cuerpo que sanan misteriosamente. 

—¿Qué recomienda para que esto pare? —preguntó la anciana con horror.

—Le vendría bien una sesión de purificación más fuerte. Mientras tanto, que esté lista para la llegada del obispo. 

Promesas De Un TraidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora